27 de diciembre de 2012

Fragmentos

                                                                      I

Nos acurrucamos ambos en el sofá, que era amplio. Como él se arremolinaba demasiado,  le susurré entre risitas ahogadas: ¡Quédate quieto!¿No ves que  nos lo tiene prohibido?. Nos quedarmos quietos un par de minutos, así, yo le aprisionaba su pequeña mano en la mía. Lo sentí tan pequeño, tan enérgico. Lo abracé y olí sus cabellos. Soy feliz, me dije. Somos felices, rectifiqué.

                                                                      II

Ese instante en que decimos al pasar esa pequeña frase que nos resume páginas y páginas. La frase que me advierte, que me previene. La que no escucho. Hago caso omiso porque me desconsuela. Prefiero pensar que podré. Podré sola. Como si todo dependiera de mi.


                                                                     III

Lo miré y vi que estaba amarillo verdoso. Intenté infundirle ánimos. Le dije que era porque íbamos a mucha velocidad y que pronto, con el aire se sentiría mucho mejor. Cuando llegamos, nos perdimos en el gentío, le pregunté cómo se sentía, me dijo que bien. Me sonrió, pícaro y cansado, arrastrando su maleta pequeña, como él.  Esperamos al sol, un rato. Llegaron entonces a buscarlo. Nos despedimos.
Me quedé dando vueltas, sin saber muy bien dónde estaba. Llamé por teléfono para que alguien me respondiera quien era. Y sin éxito, tambaleándome, decidí volver. Volver por partida doble.

                                                                    IV


No vino nadie. Es lo mejor cuando no estoy. Siento tanto frío que me fragmento. Lo atribuí al invierno, y consulté el saldo que me quedaba de llamadas. Llamé dos veces, pero no  encontré a nadie.


                                                                     V

"Ella siempre se lo decía". "¿Le va la marcha?". "Si". "¿Es entonces esa clase de persona a las que parece que les gusta sufrir?" "¡Eso es!"...(Le cambiaría mi realidad, entonces).





3 de diciembre de 2012

Entre mis cabellos. Bajo mis uñas. Dentro de mi ombligo.  Más abajo. Ahí.  Tras mis rodillas. Y subiendo de  pronto, en mi labio superior.  En el centro de mi torso, en la cruz que formaría esta recta que de haberla, se interceptaría con otra perpendicular que uniera mis pezones pero más hacia un lado.  
Te vi. No, me vi yo. Tuve miedo. En todos esos sitios. Una y otra vez. Cerré los ojos. Dejé que el dolor me rompiera. Ya no lo siento en verdad, pero por momentos me ha quedado un reflejo, de gritar, quejándome. Pidiendo auxilio. 
Como he padecido la enfermedad, no se la deseo a nadie. Porque sin darte cuenta, a velocidades descomunales, te inunda y arrasa. Sientes que te asfixias, el corazón parece que va a dejar de latir en cualquier momento, las piernas se aflojan y casi no logran sostener todo el miedo acumulado. En el estómago  vacío, late un monstruo que se revuelve. Cuando comienzas a vomitar dudas, la cosa se acelera y confundes control con auto control. Control, la peor droga dura. 
Cuando se comienza a consumir Control se es completamente inconsciente de los efectos secundarios. Si se está físicamente cerca, se necesita saber exactamente dónde, con quién, qué hace o qué piensa la otra persona. Si se está lejos, uno intenta lo mismo pero a nivel virtual. Es terrible, porque cualquier mínimo cambio en el tipo de letra ya nos está indicando que corremos peligro. Los primeros días le restamos importancia, pero cuando consumimos de manera habitual el control, todo nos parece confuso. Una mota de jersey es un gran amor en ciernes, una palabra con h es el epistolario completo de Goethe, una mirada es la filmografía completa de  Alain Resnais, y así.

Hace unas semanas, cuando comenzó a notarse la llegada del invierno, y el viento helado me empujaba hacia la rutina, me pareció notar que de todas las drogas que he probado me sientan mucho mejor las alucinógenas blandas. Son más difíciles de conseguir  y tienen un efecto que aparentemente dura unos instantes, pero los efectos secundarios son más llevaderos, cosquilleo en el estómago, sorpresa súbita al oír una voz, ternura repentina, etc. Ya que Seguridad no me la puedo permitir, estaba resuelta a decantarme por esas otras. Te lo digo porque no quiero que sufras lo que padecí yo. Sobre todo teniendo en cuenta que entre mis cabellos. Bajo mis uñas. Dentro de mi ombligo.  Más abajo. Ahí.  Tras mis rodillas. Y subiendo de  pronto, en mi labio superior.  En el centro de mi torso, en la cruz que formaría esta recta que de haberla, se interceptaría con otra perpendicular que uniera mis pezones pero más  hacia un lado,  solo estás tu.

4 de septiembre de 2012

Donde yacen los corales

Serían las tres de la tarde más o menos,  cuando inoportunamente sonó el teléfono. No se muy bien por qué, respondí. Probablemente porque no tenía que llamarme nadie. Últimamente eso es lo que pasa, nadie tiene que llamarme, así que no me llaman. Hace días que me encuentro en ese estado que no llega ni a la melancolía. No me pasa nada. Tampoco me importó demasiado encontrarme con esa voz  conocida del otro lado, tal vez por la abulia que me invade últimamente accedí con tanta facilidad  a quedar.  
-¡Mira qué fácil eras al final!- me dije y me reí de mi misma, así, en mis propias narices. Me di cuenta entonces que no habíamos quedado en para qué quedábamos. Eso me perturbó, siempre que quedo tengo que saber para qué quedo. Por ejemplo, si quedo para ir a un bar tengo saber qué es lo que vamos a beber, quiero decir, necesito saber si vamos a tomar café o cerveza, si no se qué es lo que vamos a tomar cuando entremos en el bar, prefiero no ir. Si el convite es para ir al cine, tengo que saber qué película veré.  Y si voy  a quedar para ir a caminar, necesito saber la ruta. El resto de mi vida es lo contrario. Cuando parece que voy a girar a la derecha, giro a la izquierda o doy un giro de 360 grados y sigo en línea recta. Pero lo de un hecho puntual ¡es tan diferente!. Me puse muy nerviosa y tuve que llamar  y preguntar en dónde habíamos quedado y qué íbamos a hacer, pero como me puse tan nerviosa solo pregunté el punto de encuentro y corté .Llamar por segunda vez me ponía más nerviosa, así que me armé de valor y salí. 

Para ser verano y ser un día soleado, la temperatura era realmente agradable, cosa que agradecí, porque sufrir de fotofobia y morirse de calor a la vez es algo insoportable. 

Lo vi de pie, con las gafas sobre la cabeza leyendo un papelito y me dio un poco de risa la situación. -¡Ah los miopes!- pensé - que no vemos más allá de nuestras narices.- Pero eso me duró un segundo, volví a sentir que no estaba completamente segura si mis dos pies estaban apoyados correctamente sobre el pavimento y mi estómago me dio un pequeño sacudón. Inmediatamente después de que notara que yo ya había llegado tendríamos que saludarnos y eso iba a implicar o  un beso en la mejilla, o el abrazo. Temí el abrazo porque luego de un mes era lo esperable. 

El lenguaje de los gestos es magnífico cuando uno tiene de frente una persona receptiva. A menudo me pregunto por qué cuando le estoy sonriendo a alguien simplemente cuando estoy pensando en algo bonito me sonríe también, eso me hace dejar de sonreír , en verdad yo estaba sonriendo porque me agradaba lo que estaba pensando, y una sonrisa del lado de fuera me resulta algo desubicado, fuera de lugar. O cuando me repele alguien y de manera tan evidente me echo para atrás para que ni se me acerque y entonces el otro, receptivo, lo comprende y se me abalanza y se me cuelga del cuello como si estuviera a punto de caer por un precipicio. Eso es claramente el lenguaje de los gestos. No creo en el lenguaje de los gestos en lo absoluto, por eso, prefiero no quedar, aunque sepa a donde voy a ir, que voy a ver y por donde voy a caminar. 

Estaba muy enfadada en ese instante, pensé que en cuanto pasara el mal trago del saludo se lo diría sin ningún tipo de preámbulo. Me sonrió y se acercó, yo también me acerqué al punto intermedio y le puse la mejilla para que me diera un besito, pero no me lo dio, y tampoco me abrazó. Me cogió del brazo mientras me bombardeaba a como estás y  que tales y luego un chorro de como estaba él y todo lo que había hecho en este mes de vacaciones fuera.  Y mientras hablaba y hablaba, yo me estaba preguntando qué es la amistad. ¿Esto es la amistad? pensé, ¿una persona que nos lanza un montón de anécdotas completamente inconexas y que espera que lo estemos escuchando?. Me sentí fatal y me di cuenta que no estábamos yendo a mi parecer a ninguna parte así, así es que le pregunté a dónde íbamos, interrumpiendo de paso lo que me estaba contando que no se lo que era. Ni me escuchó. Tampoco me respondió y siguió arrastrándome del brazo fuertemente. A los cinco minutos habíamos llegado a las Vistillas. Por fin me soltaba el brazo y se callaba. 

No sentamos en ese sitio desde donde  se puede ver el cielo y un Madrid más abajo, desparejo. Me sentí mejor, estaba en un sitio que me resulta familiar, voy casi cada día por allí y aunque no tengo tiempo de sentarme y mirar nada, es mio. Pero bueno, digamos que tampoco era necesario para mi estar allí en ese momento. Y me pregunté dónde me hubiera gustado estar entonces, y me respondí, y me dolió. Me volví a mirarlo, estaba sentado mirando al vacío, con sus codos hacia arriba como sosteniéndose la nuca  con las manos detrás, y mascaba un pastito que no quise ni pensar de donde lo había arrancado. -Es guapo,  pero vaya payaso- acordé. Vio que lo estaba mirando y escupió el pastito, inmediatamente me sonrió con cara de golfo para luego preguntarme:- ¿te sientes feliz?

Dudé y no respondí. Me sumergí en mis propias dudas, en pequeños fragmentos de recuerdos. Y volví porque lo oí aclararse la garganta y decirme:- míralo desde este punto de vista, eres bastante joven aun, bastante bonita, tienes bastante trabajo y eres bastante independiente, tienes un hijo maravilloso, buena salud, tus amigos nos preocupamos bastante por ti,  nos gusta bastante lo que escribes, y hasta tienes un hombre lo bastante lejos para poder quererte bastante.  Todos los bastantes que no tengas puedes conseguirlos, no veo el problema. 

No dije nada. Desde ese punto de vista que me mostraba, yo no podía defender el mío sin parecer egoísta y ambiciosa. Llevo muchos años siendo así por eso se que hay veces que hay que buscar algo que decir, de cualquier sitio, debajo de una piedra si es necesario, pero quedarse sin hablar es como estar desnudo.  Así que hice uso de un recurso del que abuso, la pregunta retórica: -¿y tu? ¿te sientes feliz? - le dije, y no lo miré, por aquello del lenguaje de los gestos en el que no creo. Hice muy bien, porque me respondió:- ahora mismo, si. - Seguí con mi vista clavada en aquel mismo punto, y supe que ya  no sonreía. 

Pasaron unos minutos, diez, quizás más, yo tenía que regresar a todos mis bastantes, para poder seguir manteniéndolos, no sea cosa que al descuidarlos  ya no sean bastantes y pueda a comenzar a explicar por qué no soy del todo feliz. Iba a despedirme cuando me apartó el pelo de la cara y me lo puso detrás de la oreja, fraternal y tan suave, que parecía temer que se pudiera malinterpretar el gesto. 

-¿Sabes? Hay momentos en los que me parece añorar algo que nunca tuve, y que no se exactamente qué es. Y es muy frustrante, porque cómo se puede añorar algo que nunca se tuvo.- dije, y asintió. -Por momentos, no siempre, anhelo el fondo del mar, allí, donde yacen los corales.-

Poco después nos despedimos. Y no me hubiera importado que nos diéramos un abrazo,  pero en lugar de eso, me dio un pequeño pellizco en la punta de la nariz y pareció dejar de verme completamente, mientras se abrochaba una chaqueta  y cogía el casco de la moto. Me quedé de pie, mirándolo con el ceño fruncido, y casi sin mirarme me extendió el casco del acompañante, divertido. Cuando me apee en la puerta de mi casa ya me sentía notablemente mejor, le hice quitar el casco para darle el beso en la mejilla que me debía del encuentro, y me abrazó, mientras me decía al oído: -¿tu crees de verdad que ese hombre no te echa de menos? Él si debe sentirse en el fondo del mar...-


15 de julio de 2012

Pequeñas muertes






Leí hace un tiempo algo sobre el orgasmo. Algo así como que el orgasmo era una pequeña muerte.También leí  otra cosa sobre la inmortalidad de las obras de arte. No recuerdo muy bien, pero dicho con mis palabras , era algo como que el artista moría pero su obra trascendía y por ende, trascendía la obra de esa persona más allá de su muerte. Supongo que por eso se suele decir que el arte es inmortal o trascendente. 
A mi me interesa mucho más lo del orgasmo. Lo reconozco, se debe en parte a que suelo escribir chorradas y tocar obras que si han perdurado, lo seguirán haciendo a pesar de mis buenas intenciones.

 Las buenas intenciones son muy peligrosas. Las ideas también. Creo que las ideas son más comprometidas que los ideales. Los ideales son una especie de compendio de ideas, que para ser reunidas han tenido que pasar por diversos filtros, las ideas son fogonazos individuales que si llegan a ser singulares y gozar del cierto privilegio de la novedad y la buena acogida de otros individuos, estos comienzan a sentirlas propias y  puede llegar a convertirse en hechos. Los hechos. Los hechos narrados, escritos, también trascienden. Pero en algún momento tuvieron que morir, es decir, murieron en el mismo instante siguiente al  que ocurrieron. 

Te estoy escribiendo esto porque hace un año que te estoy queriendo. Quería que supieras exactamente lo que estoy pensando en este momento. Por esta necesidad de la que hablaba en el primer párrafo, la de trascender más allá de las pequeñas muertes de los hechos del instante. 

No se muy bien si mi vida es vertiginosa y busco la quietud, o  por el contrario, mi vida es quieta y la vivo de manera vertiginosa, o alguna otra cosa que no se me ocurre o no percibo. 
¿Te has encontrado alguna vez en un sitio lleno de ruido intentando hablar con otra persona y no poder oírla tan siquiera? Yo escapo de eso. Busco poder oír lo que me dicen, leer lo que me dicen. Poder oír lo que me digo yo, poder leerme. 

Vamos a suponer que por alguna causa, dos personas, ajenas a mi persona  tienen una vivencia conjunta de la cual se deriva un hecho determinado. Y vamos a suponer que una de esas personas me cuenta la historia desde su perspectiva y  percepción. En el momento en el que yo abro los oídos, y escucho la historia, comienza a forjarse lo que será una tercera perspectiva y percepción de la historia en cuestión, ninguna de las tres percepciones tiene por qué ser verdadera, o mejor dicho, no es la verdad.  Tampoco busco la verdad, quiero decir, si buscara  la verdad,  realmente sería  una ingenua. No, yo me busco a mi misma, a mi propia percepción. La percepción consciente de hechos vitales. Por otro lado, vivo. Siento  que necesito llegar a altos grados de percepciones conscientes para luego  lograr desprenderme de ellas cuando yo lo quiera. Por ejemplo, cuando estoy contigo. Cuando solo somos tu y yo. Cuando no hay historia aparente o narrable. Cuando tengo un orgasmo contigo. 

Supongo que comprenderás que lo que te estoy relatando ahora mismo es algo muy claro. O por ahí no, por ahí lo concibes retorcido. Pero detente un instante, entorna los párpados y deja que tu mente evoque ese momento en el que sonrío, mientras una rendija de brillante luz se filtra por entre tus párpados, como aquella primera vez que mis palabras, que no hacían otra cosa que  intentar describirme,  te encandilaron. 

Yo soy más o menos como todo el mundo, con mis peculiaridades. Y por momentos, creo que soy feliz. 

Más allá de las infelicidades, de las pequeñas muertes, de la distancia, de las diferencias, de que tu hayas necesitado encandilarte para verme y que yo haya necesitado cerrar completamente mis párpados  para percibirte y luego abrirlos con otro panorama completamente diferente, desearía seguir  compartiendo tantos  buenos momentos contigo. 


9 de junio de 2012

Violeta estaba escribiendo a oscuras, vestida. Esto último debe ser acotado ya que es común que escriba en semi-pelotas en la cocina, un recurso expresivo como otro cualquiera. 


Escuchaba Purcell porque estaba pasando por un momento un poco sombrío de su novela, y Purcell la transportaba hacia el dolor. Debería haber mirado simplemente hacia donde deambulaba Milady, a oscuras. Tuvo que hacerlo al fin. Presa de la desesperación, Milady le pidió que quitara la música "¿No te das cuenta que me hace daño?". 


 La miró intentando verla, y sin quitar la música, jugando a adivinar, tentó: "ah, otra vez el pequeño hombrecillo calvo.Francamente no se cómo no te has aburrido aun." Fingió seguir escribiendo, esperando la reacción, que al brillar por su ausencia, la hizo temer , que posiblemente esta vez, hubiera llegado el aburrimiento o algo mucho peor.Se sorprendió al encontrarse con la imagen de una mujer sombría, oscurecida por las dudas y el dolor. El dolor, ese duende escondido tras las alegrías, unas hadas bromistas que siempre tienen que irse de vacaciones a lugares remotísimos. De no haber sido Violeta como era, de haber podido, la hubiera abrazado, le hubiera dicho al oído que no se preocupara, que el sufrimiento, cuando aun se es joven y bella, carece de sentido común.Todo se quedó  en eso, un pensamiento sin compartir, un cúmulo de sentimientos sin compartir, que es justamente lo que causa tanto dolor en una ruptura. "Bueno", acordó consigo misma, "tampoco interesa que se lo diga, para eso tiene a la bandada de zánganos alrededor que llaman por teléfono todo el santo día, y que parece que es lo único que han aprendido a decir". Estaba enfrascada en estas disertaciones cuando de pronto, Milady comenzó a sollozar. "Bua! Lo que me faltaba, que me de el coñazo con estos ataques de histeria mujeriles y no dejarme escribir" y sin darse cuenta se le escapó un: "¡Deja de preocuparte ya! Se enamorará de ti en cuanto lo dejes, como les ha venido pasando más o menos a todos los inútiles anteriores." 
El efecto fue francamente negativo, los accesos de llanto se tornaron ininterrumpidos y con grititos alternos con una frecuencia demasiado continua, cuyo resultado daba una especie de hipo que le sumaba un alto componente de ridiculez a la situación.
Se levantó prestamente de la silla y acercándose a su dolorida amiga, le dio una palmadita en el hombro, felicitándose por ser tan conocedora de lo que es conveniente hacer en estos casos y le dijo: "Tienes razón, tienes razón, no es buena idea dejarlo, ya no necesitamos que haya ningún enamorado en pena más dándonos la lata por aquí, llamándonos a cualquier hora. Casi que es mucho mejor arreglar las cosas.Dime, ¿qué ha pasado ahora? Ha desafinado más de la cuenta en el último concierto al que has ido a oirlo, regalándole tu maravillosa presencia? O tal vez, ¿has sentido celos?"  
 No obtuvo como respuesta más que más hipos y sonares de mocos, y palabras entrecortadas entre las que pudo intuir el clásico pero nunca pasado definitivamente de moda :"no me quiere como quiero que me quiera". Violeta tuvo que esforzarse para no reírse a carcajadas de la situación. Le resultó tan sorprendente el notar que pudieran cohabitar en una casa tan pero tan pequeña, que parecía casi un mismo cuerpo, dos mujeres tan diametralmente opuestas.




 Y haciendo un pequeño intervalo en la acción, yo les pregunto a los lectores, de manera retórica: ¿no han logrado percibir en incontables oportunidades, qué las mujeres, cuanto más nos dediquemos de lleno a cultivar nuestra inteligencia analítica, no logramos otra cosa que producir un quiebre con nuestra inteligencia intuitiva y emocional, y  para no morir, estas partes se dividen y crecen buscando la fortaleza,  para poder de esta forma contribuir al equilibrio,convirtiéndonos, de esta manera en hidras? 


 Al fin, Milady, terminó con las llantinas y pudo concederse a escuchar el cerebral discurso de Violeta, que dijo estas espontáneas palabras: "Encuentro verdaderamente penoso, que ese pequeño hombrecillo cuya mayor habilidad es tocar esos dos cajones que en la antiguedad eran llamados instrumentos, el uno con una manivela de automovil pasado completamente de moda y el otro a base de unas teclas para enanos de los bosques y un muelle de atizar el fuego, que escuchados individualmente pueden causar efectos variados en un rango que abarca desde el somnífero, hasta la enajenación momentánea, y comprendo, con dificultad, pero lo hago, que esta peculiaridad te parece algo rarísimo, irrepetible, y muchos otros adjetivos que lo dejarían bien parado, si fuera un ser mitológico, pero lamentablemente, es real. Existe, es pequeño,calvo, ostenta una gran tripa de cerveza, que no discuto competirá en tamaño con su gran corazón pero casi seguramente, serán ambos inversamente proporcionales a su pene. Tampoco importa esto demasiado, porque algunas mujeres como tu, son tan magníficas que logran hacer casi magia en la cama, así que le restaremos una importancia intrínseca en la cuestión. Lo que realmente es importante en estos aspectos, es que desde hace mucho tiempo, siglos, las mujeres estamos acostumbradas a adquirir. Queremos adquirir joyas, vestidos, enseres de todo tipo, incluso como si juntar tanta mierda no nos fuera suficiente, queremos "un marido". A menudo lo conseguimos, mucho antes de darnos cuenta que son, en su gran mayoría, objetos completamente vanos. En la antigüedad una los conseguía como proveedores de alimento, techo, y de toda la lista anterior de caprichos y claro está eran bastante necesarios para obtener un placer sexual momentáneo que inevitablemente, nos premiaría con la procreación. Es verdaderamente magnífico que los tiempos hayan cambiado tanto nuestra situación, y que penoso es para ellos, ya  que no solamente no los necesitamos, también nos podemos sentir muy afortunadas de poderlos ver en su verdadera magnitud. Te digo todo esto para que no sufras por algo que no tienes la menos necesidad de conservar si te ocasiona el más mínimo trastorno, no lo necesitas, si te gusta, consérvalo el tiempo que creas conveniente, pero no lo ames, tampoco es verdaderamente necesario, quiérelo si, pero no pierdas demasiado tiempo, en general son muy egoístas y bastante tontos, no ven más allá de sus propios miedos, lo que les hace ser  al final de sus tiempos penosamente infelices, por su naturaleza inútil. El amante es el mejor animal de compañía al que una mujer puede aspirar por un período de tiempo variable  y deshacerse de él sin necesitar de la eutanasia." 
Volviéndose,  encontró a Milady nuevamente rozagante, con su cascada de rizos negros, que enmarcaban en su cara oval una medio sonrisa que la convertían en un verdadero imán para un sin número de palurdos disminuidos, antes tan bien descritos.
 Por eso, señoras y señoritas, pueden llorar si lo desean, es muy bueno para limpiar los lagrimales, y prevenir las bolsas bajo los ojos, pero en todo caso es conveniente hacerlo con fines terapéuticos, y siempre acompañarse de dos pequeños espejos, para mirar nuestro exterior e  interior y sacar nuestras propias conclusiones de quiénes deberían realmente llorar, cuando ya no deseemos  adquirirlos.

27 de abril de 2012

Hay veces en las que es mejor quedarse sin saber. 
Me sorprendió tu interés por el cómo. Aunque puedo suponer que luego te preguntarías el por qué. Pero déjame que te diga, que el cómo era algo que carecía totalmente de sentido estético, era algo chabacano. Pero el por qué no lo era. Imagínate que un día te levantaras, fueras a mear y luego te miraras al espejo y te preguntaras qué soy. Y sigues un poco más allá, y te encuentras una imagen vacía, que no te responde nada, solamente te mira, como si en verdad te conociera desde siempre. Luego sales a la calle y todo te da exactamente igual. Regresas a casa y escuchas una música emocionante y no sientes nada, absolutamente nada. Careces de deseo. No te emocionas. No tienes miedo. Todo es neutro. Lo bello y lo horrible sin ninguna franja que los divida. Eso me pasó a mi. Lo único que me parecía no haber perdido era la imaginación. La capacidad de crear. Quería crear un sistema para que los hombres amaran. Hacía unos años, había desarrollado una serie de investigaciones sobre el aprendizaje de la lectura musical. Se que si te lo explico, me comprenderás, porque tu has estudiado la teoría musical como yo, incluso más. Supón que lo que yo buscaba era que la gente que viniera sin saber el código en absoluto, es decir, que llegaran y vieran una partitura y no la diferenciaran de una página escrita en chino, en un año tocaran. Eso buscaba yo. Pero había una cosa más que yo no quería, no quería hablar. Lo que quería exactamente era, que entraran a la clase, se sentaran o se quedaran de pie, y en la primera hora de clase aprendieran a sostener el instrumento, soplar y contar, todo a la vez, evitando todo tipo de explicación intrínseca. No porque no pudiera explicar, eso a mi se me daba bastante bien, luego de años de didáctica, etc. Pero no quería, había llegado a la conclusión de que cuando hablaba, estaba premasticando la emoción. Cada clase era para mi un reto, todavía lo es. El primer problema que me encontré era el prejuicio de que hay que saber todo sobre algo para poder comprenderlo y reproducirlo. Me llegaban alumnos con unas listitas de tres a diez preguntas. No te das una idea de cómo me fastidiaba, no por que me preguntaran algo, si no porque estaban estorbando en mi investigación, si yo explicaba, me estaba haciendo trampa a mi misma. Opté por marearlos, es decir, el que venía con tres preguntas, se iba a casa solo con una a medio responder, ya que me pasaba los sesenta minutos íntegros de la clase en los prolegómenos. La clase siguiente regresaban como la clase anterior, con el papelito, y yo, efectivamente, tenía que retomar la explicación y perdíamos una segunda clase. Se aburrían soberanamente. Recuerdo que hubo uno que llegó la tercera clase, sacó el papel tímidamente y me miró aterrorizado. Cogí el papel, lo miré, lo hice un bollito y lo eché en la basura, luego, le dije: toca. Siempre me arriesgué, a que no volvieran, pero volvieron, los que me  interesaban. He sido muy afortunada. Soy atea, así que lo atribuyo al destino. Qué pasó con el que traía el papelito que terminó en la basura, pues muy simple, se dedicó a tocar, en tres meses tocaba melodías sencillas, pero de manera bastante fluidas. No soy alquimista, no puedo convertir  oro de una piedra, pero tampoco busco eso. Retomando lo anterior, el sistema para lograr que los hombres amaran, fue un fracaso. Por un motivo muy sencillo,la que no amaba era yo. Supongo que había amado, pero no había sido correspondida, incluso habiendo llegado a convivir con ellos,  no me habían amado. Por eso negué durante mucho tiempo que existiera el amor, eso era lo más fácil. Pero eso lo veo ahora, en ese momento, no lo veía, la imaginación y la omnipotencia, podían más. Así que utilicé a un hombre para el experimento, uno al que conocía bien. Un cínico. Comencé el experimento con él. Eramos amantes, así que lo tenía relativamente fácil, lo vacié. Lo agoté. El tío estaba exhausto. Recuerdo que un día, lo hice venir a verme tres veces. Para eso me tenía que inventar una cantidad de historias de lo más retorcidas que terminaban más o menos igual. Pero claro, tomé consciencia que un solo sujeto no me podía asegurar el éxito, necesitaba más. Así que acumulé tres, más o menos, es decir, de pronto eran cuatro o cinco, pero no tenía tanto tiempo, y me centré en tres. Tres que tenían un perfil de alguna manera similar, es decir, eran tíos que tenían exacerbada la parte sexual, y completamente empobrecida la parte afectiva. Como yo. Las idas y venidas se volvieron insostenibles, estaba completamente agotada y anémica, y las cosas comenzaba a parecerme que se me iban completamente de las manos, no había sido lo suficientemente lista como para buscar tres tíos que no se conocieran, y era un verdadero caos. Me sentía terriblemente frustrada, llamaban a cualquier hora,se escribían entre ellos, se peleaban, etc. Así que tomé la determinación que debía pasar a la  fase siguiente. Les había mentido, les había dicho que lo que yo buscaba,  era tener un grupo de amantes que no pretendieran tener una relación afectiva conmigo, y que fueran amigos entre si. Al comienzo les había parecido una idea brillante, pero con el tiempo ya no estaban tan seguros. En verdad, lo que les había parecido fenomenal en un principio, era que a la pregunta de(y te va a divertir esto, pero los tres por separado me la hicieron): ¿Podemos tener otras amantes? A lo que yo les había respondido: por supuesto que si, de eso se trata, de la "libertad". Que inocentes, al mes de comenzar estaban todos tan cansados que no podían casi ni ir a trabajar. Pasé a la segunda parte del estudio del  método. Corté con los tres. Les dije uno a uno, que no nos veríamos más. Por supuesto, no les dije que había cortado con los otros, es decir, corté de manera individual, y los dejé que pensaran lo que quisieran, pero agregué: pero no te preocupes, seguramente tus otras amantes, estarán mucho mejor atendidas. Luego, me senté a esperar. Me llamaron los tres. Me di cuenta que sin querer, les había creado una necesidad, y que en verdad lo que tenía que hacer era, cambiarla. Así que me llamaban por teléfono, venían a visitarme, o salíamos, cenábamos juntos, me contaban sus historias, yo les contaba las mías, y luego, si se había hecho demasiado tarde, los invitaba a que se quedaran a dormir conmigo, con una única condición, que no tuviéramos sexo. Y te preguntarás, a todo esto, que sentía yo. Pues yo, no sentía nada. Me había dedicado a estudiarles las reacciones. Conocía sus historias, sus obsesiones, sus temores, y si, les había cobrado un cierto afecto, pero nada más. Me alegraba si les salía algo bien, y me apenaba si tenían problemas, incluso familiares, pero cuando se iban, no me recordaba de ellos. Esto duró, no se exactamente, unos tres o cuatro meses, tal vez más. Y finalmente, mientras seguían las peleas, uno, se desmarcó y me dijo: te quiero.Y me pidió que dejara a los otros dos. Que ya no eran dos, porque uno de ellos era demasiado insistente con el tema sexual y no me servía para nada. Le dije que no, y corté definitivamente con él. El tercero y último, que estaba bastante a gusto con la situación y que parecía creer que iba a durar toda la vida, aunque tenía arranques de celos completamente injustificados para la manera en que estaba planteada la cosa, se encontró por última vez conmigo y cuando le pregunté si me quería, me respondió que no, a lo cual, le dije que lo dejaba para siempre. Lo curioso es que mintió. Un tiempo más tarde, me llamó y me lo dijo. No tuve valor para contarle lo que te estoy contando a ti. 
 Te conocí, digamos por correspondencia, en la primera fase de mi experimento. Me sorprendo al recordar aun, como durante una de nuestras primeras cartas, la que te escribí al notar un ligerísimo cambio de estado de ánimo en ti, que en ese momento supuse de manera equivocada que era una tendencia a la melancolía, el oirme una voz  interna diciéndome a mi misma: con este hombre, no querrías jugar jamás, y tampoco podrías. Viniste a conocerme cuando yo había dado por terminada la charada. 
 Hemos sido muy afortunados. Entre tu y yo, las cosas suceden de una manera tan distinta.  Y cuando me miro al espejo por las mañanas, ya no me pregunto qué soy.

4 de abril de 2012

Carlota

Hace aproximadamente un año, por esas casualidades de la vida, trabé amistad con Carlota. No me cayó demasiado bien al principio, probablemente porque percibí enseguida su mal humor, camuflado tras una sonrisa radiante, esa eterna candidez del hemisferio sur que viene, en general, acompañado de unas nalgas generosas y firmes que adornan el resto de sus apariencias resultonas. Luego la fui conociendo mejor, y me di cuenta que en Carlota, el mal humor estaba más que justificado.  


Me pasa de todo, me refirió un día de lluvia, estoy rodeada de torpes. 


Tenía razón, había tenido tanta mala suerte en el amor, que entre sus anécdotas, narradas  a borbotones, adormilándome sin remedio, lograba visualizarla como una flor de cactus. A veces me preguntaba por qué Carlota había sido tan infeliz en el amor, por qué solo había encontrado pinches en su camino, me consolaba pensar que era feliz a pesar de. Es curioso encontrarse muchas veces con gente que no han tenido en sus vidas más que adversidades y, sin embargo, viven con alegría, con emoción como si todo, o casi todo fuera maravilloso. En uno de nuestros encuentros me habló de su ex marido,  un verdadero monstruo, del que se había divorciado porque la maltrataba. La joya, el último verano, había secuestrado al hijo de ambos para finalmente devolverlo, supongo yo que porque el niño tenía un temperamento que desgastaba. Le pregunté que por qué no lo enviaba a la cárcel, quitándose así, al menos, un engorro de encima,  y me respondió ausente, que eso, también sería un engorro.
Fomento las amistades erráticas y dejamos de vernos por un tiempo,  hasta hace unos días, que creí verla frente al escaparate de una tienda y como no era ella, decidí llamarla para ver qué tal iba su vida. Se alegró mucho al oírme, o eso quiero pensar, porque con Carlota, nunca se sabe.


Nos encontramos en un café, y luego de ponernos al tanto de lo que nos había acontecido en el tiempo de stand by, sonriendo me dijo: conocí a un hombre. En un primer momento no supe si alegrarme o agarrarme la cabeza. Otro cactus, se me escapó. La divirtió el asunto, y le tuve que explicar mi teoría de la flor de cactus, rodeada de pinches. Casi sombría, lejana de su sonrisa rutilante, murmuró: no... Y quedando tácito el pero, la miré interrogante.
¿Sabes qué pasa?, prosiguió, hay pocos hombres que comprenden a las mujeres, y ésto, me parece, que se debe a que no  tienen el menor interés en comprender. 


En este punto, ya no tenía la menor idea de hacia dónde iba la conversación, creo que me distraje porque al decir ésto, Carlota agitó la cabeza y apartándose el cabello con coquetería, dejó a la vista una de sus orejas en la que llevaba un  pequeño zarcillo con forma de flor. 
¿En comprender qué cosa? Pregunté, con la esperanza de que repitiera así, el quid de la cuestión.


Muchas cosas, imagínate, que tu y yo tenemos una relación. Nos queremos, y aunque no tenemos ni idea hacia dónde nos dirigimos con exactitud, lo cierto es, que vencemos las distancias, los obstáculos que se nos presentan, y seguimos hacia ese sitio incierto. Incluso, habiendo sido antes, maltratados, ofendidos, engañados, no nos importa, vivimos el presente como si nunca nos hubiera pasado todo aquello. 
Seguía sin comprender, es más, me parecía que lo que me contaba, era hasta alentador, mi  linda amiga a la que habían, engañado, maltratado, y estafado una y otra vez, se enamoraba de un hombre que la correspondía, y él, que parecía haber podido superar que su ex mujer le pusiera los cuernos con su mejor amigo. Un canto a la esperanza. Me estaba contando todo esto y volqué el segundo café. La observé frenética limpiar la mesa y me di cuenta que había algo que la inquietaba. Una discusión mal entendida, me dijo luego. No quise preguntar, de todas formas, no era mi problema en verdad.
La acompañé al metro, y mientras caminábamos, en un Madrid otoñal en plena primavera, me confesó:


Me aterroriza el hecho, de que los hombres no comprendan que el corazón de una mujer es tan sensible como un pezón. Que cometan la  torpeza de dejar la puerta abierta a otros, interpretando el temor que ésto  genera  por la indelicadeza, con una escena de celos. 


No se a qué se refería, pero supuse que era algo muy importante e intrínseco. La próxima vez que la vea, espero que no lleve pendientes.

17 de marzo de 2012

Una descripción física.

Milady  le abrió la puerta a Benigno. Benigno hacia días que se encontraba, durante las clases,  desconcentrado,  cabizbajo, y de color gris. Ausente completamente, casi logra fastidiar a Milady que suele tener una paciencia china, o japonesa, depende del día. Como no veía mejoras en Benigno al recibirlo,  antes de comenzar la clase, cogió una pequeña campanilla que se encuentra  junto a otros artilugios sobre un gran mostrador, y  comenzó a hacerla sonar alegremente. Cabe hacer un paréntesis y aclarar aquí, que Milady, mas allá de poder parecer un poco loca a quienes no la conocen, en verdad, es loca. Pero seamos sinceros, quién no es loco, o mejor dicho, quien es cuerdo. 
Milady conoce a Benigno desde hace tres años. Tiene su perfil catalogado desde hace bastante en la carpeta: demasiado diferente.   Le tiene aprecio, pero más de una vez debió morderse la lengua. En esa carpeta solamente tiene, al día de la fecha, tres personas. Ya ha aprendido a ser más  cuidadosa, y  no opinar nada en especial. 
¿Qué es lo que puede desagradarle de una persona?Como ella es tan abierta, muchas cosas. La gente cerrada, es limitada hasta para molestarse, en cambio, la gente imaginativa, en cualquier momento percibe algo que no es tolerante para con la humanidad, ideas que son completamente limitadas, o que generan mal rollo, y ahí comienza la inquina, el fastidio, generalmente sin posibilidad de marcha atrás. Como no es xenófoba, le ha pasado con gente de todas las nacionalidades, pero buscando un patrón común, hay básicamente tres cosas que le generan aversión, como si de  un mal olor se tratara. La gente del Opus Dei, los franquistas, y la gente que cree que es buena porque hace todo como le dijeron que había que hacerlo. No hay que generalizar, pero tampoco hay que excusar por conveniencia. Tal es así, que cuando supo que Benigno, era hijo de un franquista, a riesgo de quedarse sin alumno, acotó: lo siento, en mi casa, el nombre del generalísimo no se puede pronunciar, es una mala palabra, si no viene junto a otra mala palabra después. Él no solo estuvo de acuerdo, si no, que le refirió una gran pelea que tuvo con su padre a raíz de aquello. 


Pero me estoy yendo por las ramas. Benigno, es cabeza de familia, la palabra divorcio, es para él de origen extranjero, cuando ve una pareja de dos hombres por la calle, cree que son amigos, y se ha venido convenciendo desde hace treinta y cinco años, que su mujer, es la mas guapa, la más limpia, la más de todas las mujeres del universo, es más, es la única. Igual que sus tres hijos, que son perfectos.


Los padres tendemos a ser muy crueles e inclementes con los hijos. Por un lado los vemos perfectos, pero por otro, no toleramos sus imperfecciones. Noches atrás, Milady, perseguía a su hijo para que tomara una ducha, y el niño, se le escapaba, así que ella, le explicó, que había que bañarse, porque las personas, si no se daban un baño diario, tenían mal olor, y aquello no era sano. Causó esto último  mucha gracia al pequeño, que riéndose, dijo:como los vagabundos. Ella se horrorizó, y se enfadó de manera brutal, le espetó con voz gutural y cortante: hay gente que no tiene casa donde dormir, no tiene qué comer, y no puede bañarse porque no puede, no porque no quiere. Tu te ríes de alguien completamente indefenso entonces, ¿cómo te sentirías, si  estando completamente indefenso, se rieran de ti?. Dicho lo cual, se alejó por unos minutos. Cuando regresó, lo encontró serio y silencioso. Más tarde, el niño, extendió sus bracillos alrededor del  cuello de su madre, a modo de disculpa. 

La hija mayor de Benigno, fue monja de clausura. Luego salió del monasterio y terminó la carrera de psicología que había dejado inconclusa antes de entrar.  El del medio es  un hijo, que es ingeniero, y calvo. La menor es otra chica, que ha terminado hace muy poco la carrera de Historia del Arte. Son unos jóvenes encantadores todos. Milady los conoce. Bueno, un poco malcriado el del medio, tal vez. Lo malo de criarse pensando que uno es bueno solo con  hacer todo como le han dicho que debe hacerse. 


De tres notas que daba el bueno de Benigno, dos no eran las que debían ser. Luego de veinte minutos en ese modo, el hombre, se derrumbó en una silla ante una Milady que lo miraba inexpresivamente, y volviéndose a poner de pie, confesó: tengo un gran problema. Ella lo miró, sin pestañar, sin decir nada, y él continuó con la confesión: ahora, todo parece volver más o menos a la normalidad, pero la semana pasada, mi vida con mi esposa era un infierno, me di cuenta que hace treinta y cinco años que digo siempre que si a todo, que me dice como debo hacer todo y jamás discuto nada, ni tengo derecho a hacerlo, porque si lo hago, ella montaría en cólera.  Milady asintió, pero al mismo tiempo, buscó rápidamente esa sensación en su cabeza, a quién conocía así, quién era dictatorial y caprichoso, quién hacía de su voluntad el mundo, y del mundo un infierno. Lo encontró. Siguió escuchando atentamente: la semana pasada hemos estado de boda, se casó la sobrina de mi mujer, que es, como una hija más, y mi cuñada, no invitó al amigo de mi hija mayor a la boda. Milady, por poco aplaude antes de que terminara la obra, cuando escuchó el final, de la anterior frase se contuvo. 
Le alegra tanto una boda, no por la boda en si, que le parece una redundancia,  ve como una especie de milagro, que en este mundo lleno de gente  tan egoísta, dos personas logren ponerse de acuerdo en algo. Y el enterarse de dos parejas en la misma frase, ya le parecía una cosa digna de un aplauso. Pero lo último lo opacó. Para alivianar la tensión, preguntó: ¿Piedad tiene un amigo?Eso es nuevo, que alegría, tu que siempre me decías que estaba tan sola allí, en Burgos, y fíjate, tiene ya  un amigo?Es un progreso.  
El otro volvió a sentarse apesadumbrado, y le explicó:es su novio.  


De pronto, Milady se dio cuenta que el problema no era que Piedad tuviera un novio, que el problema era que la familia no lo había invitado a la boda . ¿Y por qué no invitaron al novio de Piedad a la boda?preguntó ya completamente ceñi-fruncida Milady,  a quien  se le estaba antojando que en esta  familia, tan pipicucú, eran todos unos verdaderos mal educados. 


-Es discapacitado.


Silencio. 


Otra vez se refugió en la inexpresión, y tuvo que morderse la lengua para no preguntar: ¿Es de izquierdas?




-Es enano. 
-Pero...¿es una bella persona?.¿Lo conocen?.¿Por qué no lo invitaron?




¿Saben? Cuando explicaba antes lo de la carpeta: demasiado diferente, me estaba refiriendo a ésto. Ésto es ser: demasiado diferente. No me refiero al  novio de Piedad, que no conocemos en absoluto, me refiero a Milady y a Benigno, son tan diferentes, que ella le puede estar preguntando algo, y él no comprender lo que ella  le pregunta, y él le puede estar explicando algo, y ella no tener ni idea de lo que él le está diciendo. Es como si hablaran dos idiomas  diferentes. Y existe una  incapacidad en ambos. 


-No, es un monstruo horrible, que anda con muletas, nació con todos los órganos mal colocados, y tiene un carácter dominante y manipulador, hará con Piedad lo que quiera.


Milady, se quedó pensativa unos instantes, hizo una especie de cuadro sinóptico mental con el esquema familiar, la poca historia   que les conocía, los ordenó como si fueran un árbol de colores en su cabeza, y dijo:


-Mira, como me cuentas ésto, yo puedo tomar dos actitudes: una, es escucharte, y no decirte nada, la otra, es decirte lo que me parece, a riesgo que nos enfademos, porque yo pertenezco a otra generación y a otro mundo, a otra mentalidad.
El pidió su opinión. Y ella, que estaba un poquito harta de morderse la lengua en los últimos tres años, habló:


- En primer lugar, habría que ver si Piedad ama a ese hombre, poco importa si es enano, cojillo, o lo que sea. Si lo ama, tu, y toda la familia de tu esposa, pueden hacerle mil desaires, y no lograran nada más que resentimientos. ¿Que él es dominante?. No me extraña, ella fue monja de clausura,¿cómo crees tu que es la madre superiora?. Y te voy a decir una cosa, a mi me parece, y me alegro que estés sentado, que las monjas son discapacitadas, tienen coño, y no lo usan para nada. 


Levantó el mentón en señal desafiante, y prosiguió:


-Me parece más riesgoso, el que por el tipo de educación que ha recibido Piedad, se confunda, y vaya derechito al altar con un  hombre que no sabe si en la cama le va a funcionar. Lo que piense de él tu familia,  sinceramente, me la suda completamente. 


Benigno, el pobre, tenía los ojos como dos huevos fritos, y de pronto, casi sin poder controlarse gritó.


-¡Claro! Eso es exactamente lo que yo pienso, que se tiene que acostar con él antes, y ¡se lo he dicho!, ¡se lo he dicho!¿Y sabes lo que me ha dicho ella?, ¡se ha horrorizado que su propio padre le estuviera diciendo que faltara a lo que se le ha enseñado!


Se echó a llorar. Milady, le extendió un kleenex, y esperó a que terminara. Se produjo el contacto visual de una manera descarnada, ninguno de los dos estaba mirando a quien tenía enfrente.  Y ella terminó:


- La vida es muy extraña, por momentos, nos parece que algo es de una manera, y luego resulta que no es lo que esperábamos. Dime Benigno: ¿tu quieres a tu mujer?- El otro asintió.- Sin embargo, la describes como una mujer que te ha venido diciendo durante treinta y cinco años lo que tenías que hacer, y tu nunca se lo discutías para evitar discusiones. Si me guío por lo que cuentas, me imagino que tu esposa es dominante y manipuladora, como el novio de Piedad, pero tu quieres a tu esposa.  Yo me preguntaría, si en el fondo, de lo que tienes miedo no es, que Piedad se case con un enano, y que la gente se ría de ella, si no, de que se case con un hombre que le diga todo lo que tiene que hacer, y ella no pueda decirle que no a nada, los próximos treinta y cinco años.


Se quedaron en silencio. Ella se levantó y se ausentó,  para regresar minutos más tarde trayéndole  un te de jazmines. 


Terminó de bebérselo y se despidieron en el umbral, como cada semana, pero esta vez, él, le dio un besito en la frente. 


Cerró la puerta, y volvió al salón, donde aun retumbaban las voces, encendió un incienso, hizo sonar la campanilla, y abrió las ventanas de par en par, dejando entrar la luz del sol. Se sentó en el sofá, y entornó los  párpados, evocando a Sir, de pequeña estatura, calvo, con perfil de patriarca, enfundado en  su túnica medieval, bienhumorado  y  afectuoso. Y se vio ella misma, mirándolo, divertida, ella, la que antes  no sabía abrazar.

12 de marzo de 2012

Un minuto de silencio por Herbert Strumpf

Le pareció que le tendían una mano,  sin pensárselo dos veces, extendió su brazo y logró aferrarse fuertemente.


Herbert Strumpf era el cuarto de nueve hermanos. Había nacido en el seno de una familia  acomodada en la ciudad de... Su padre, el Sr Strumpf , siempre estaba muy ocupado con sus negocios, y cuando no se encontraba de viaje o en sus oficinas, no parecía estar muy al corriente de la existencia de su familia. En cambio, la madre de Herbert, la señora Strumpf, era estúpida. Podría decirse que Herbert, y sus hermanos habían tenido una niñez feliz. El pequeño Herbert tenía un carácter apacible. Era de naturaleza delicada, su voz era tan suave que aunque dijera algo, nadie le prestaba atención. La señora Strumpf, en algún que otro momento de lucidez momentánea, recordaba el parto de Herber, con sus ojos humedecidos por la emoción le narraba a éste: ..."ni cuando nació dio problemas, estornudé y entonces me anunciaron que era otro varón y como me encontraba levemente afectada por la noticia resolví que lo llamaría igual que  su padre..." Luego de lo cual, se  quedaba mirando a Herbert preguntándose quién era ese pequeño niño que la miraba tan interesado. En cambio, el niño, no comprendía cómo era posible, que el se llamara Herbert, y su padre Franz. 
Era un estudiante bastante mediocre y no mostraba predilección por ninguna cosa en particular. En este clima de armonía y amor se crío nuestro Herbert, sin mayores sobresaltos. Hasta que un día, la señora Strumpf  leyó  en una  revista, que la princesa Antoncich visitaría los jardines del Parque Bauer ese domingo y decidió con gran alboroto que llevaría toda la prole a pasear para ver el evento. 
El domingo, engalanados todos con sus mejores trajes de paseo, llegaron al parque dos horas antes de que diera comienzo el desfile para poder conseguir ver a la  famosa princesa Antonich.  Famosa, más que por estar dotada de algún  encanto en particular, por sus particulares malas costumbres. Alrededor de las tres de la tarde el parque Bauer se veía poblado de una tupida concurrencia, ansiosa de que comenzara la función. Herbert se encontraba casi asfixiado entre varias señoras que comentaban que seguramente la princesa luciría su vestido de organdí verde aguamarina que era el último alarido de la moda. Segundos después comenzó el desfile, encabezado por una banda desafinada de unos músicos disfrazados de militares, dos de los cuales tocaban la trompeta sobre unos caballos blancos. Luego de media hora de tortuoso preámbulo musical pudo avistarse  el carruaje que traía a la  princesa mientras saludaba con una naturalidad tan desafinada como la banda que la precedía. Esto duró un suspiro comparado con lo que había durado el número anterior. La gente se fue dispersando tras el carruaje y Herbert se perdió. Como broche de la tarde estaba programado un coro de niños angelicales que formando un semicírculo quedaron prácticamente solos cantando magníficas canciones, mientras todos los concurrentes se encontraban ya en el otro extremo del parque. 
Cuatro horas más tarde, llamaron a la puerta de la casa de la familia Strumpf. El señor Strumpf que se encontraba milagrosamente en casa, abrió la puerta y se encontró un oficial de la policía que traía un niño de la mano y que  le explicó pacientemente que se habían olvidado al niño en el parque hacía ya unas horas. El señor Strumpf,  presa de una gran turbación, dio las gracias al oficial y avergonzado  hizo entrar a la casa  al niño, al que en un principio no había reconocido, y muy enfadado por tener una mujer que ni sabía cuantos hijos tenía. 
Este suceso cambió la vida de Herbert para siempre, como único público del coro,  escuchó durante una hora convenciéndose que era cantar lo que realmente debía hacer en su vida. Cantar como los pájaros. Y cuando  el coro también hubo desaparecido, dejando paso al canto de los pájaros que gorjeaban el atardecer, oyó tan atentamente los diferentes sonidos que aprendió entonces todo lo que debía aprender.

Herbert Strumpf  puso todo su ahínco desde ese episodio para crecer lo más rápidamente posible y poder volar lejos de semejante manada de humanos decadentes que le habían tocado por familia. A los dieciocho años heredó una casa  de  una tía solterona  y se fue a vivir allí aprovechándose de  que nadie notaría su ausencia. Si bien se lo pasaba cantando todo el día, eran, afortunadamente, todos sordos. 
Se acomodó en el piso que desembocaba a la calle del Gran Teatro Schicksal,  y cuando veía los sábados poblarse el edificio de blancas luces tomó la segunda resolución más importante de su vida, cantaría en ese teatro hasta morir.   
Una semana más tarde, Herbert debutaba con  el coro del teatro,  era tenor, tenía una voz  bien colocada, aterciopelada y etérea, un vibrato sutil y elegante. Había tenido dos grandes maestros, los pájaros, y su propio corazón. Cantó y cantó, vivía para cantar o cantaba para vivir, no es posible saberlo muy bien, y así fue por tres años, hasta que un mal día, el teatro cambió de directores y con los nuevos, vinieron también los nuevos directores artísticos. De la noche a la mañana cambiaron el director del coro. Los miembros del coro se opusieron, los barítono organizaron una pequeña manifestación en las puertas del teatro para que se restituyera al anterior director, luego se sumaron los tenores, y las contraltos, finalmente las sopranos un día que debían haberse estudiado la parte y no lo habían hecho, también se unieron al reclamo. Todos los miembros del coro en repudio de la situación, menos Herbert. Herbert esperaba ansioso al nuevo maestro, en su sitio. Cuando el nuevo director, el Sr Ebner entró en la sala de ensayo y se encontró con Herbert, se quedó atónito y le exhortó: Pero Sr, ¿qué hace ud solo aquí, donde están todos los demás?. 
No obtuvo respuesta, Herbert no tenía la menor idea. Ebner intentando no demostrar lo alarmado que estaba solo en esa habitación con ese loco, salió sin darle las espaldas en  dirección a la oficina de las autoridades del teatro para que le explicaran la situación. 
En un par de semanas, todo se había solucionado, el coro había comprendido que no había nada que hacer, que,  o se presentaban a los ensayos programados, o perderían el empleo. 
Pero para Herbert no se había solucionado nada, no lograba cantar igual que antes. Veía a Ebner en sueños huyendo de él como aquel primer día, dormía mal, y casi no comía. También veía a Ebner cuando estaba despierto, a veces de tanto recordarse de sus marcadas facciones le parecía que estas se le desfiguraban como grandes fauces de un león y lo devoraban. Asistía a los ensayos descompuesto o se descomponía ellos. Nadie notó lo que le estaba pasando. Tuvo que ausentarse de la puesta de Carmen, porque su salud estaba minada. 
Curiosamente, el único que notaba su ausencia era el malhumorado Maestro Ebner. Sin sospechar el terror que causaba en  Herbert, echaba en falta a ese gran tenor con una gran voz, aunque de una presencia un tanto patética. Al fin,  mejoró la salud de nuestro amigo y se reincorporó a su puesto. Y entonces, se le presentó una gran oportunidad, el teatro organizaría pruebas para que los miembros del coro se prepararan para un concurso con la posibilidad de  actuar como solistas en la opera Un Ballo in Maschera. Herbert cantó el personaje de Riccardo. Ganó el concurso. 

La noche del estreno, el Teatro encendió las blancas luces del edificio más temprano que de costumbre y Herbert tuvo la extraña sensación que muchas cosas culminaban así, con estas luces. Cruzó la calle para ponerse el traje de Riccardo y que lo maquillaran. Vio a alguna señora demasiado puntual dando vueltas al teatro, y recordó aquella lejana tarde cuando su madre, lo dejó olvidado en el parque al cuidado de los pájaros.
Mientras lo maquillaban, oía al otro lado de la pared el cotorreo de las sopranos que discutían sobre si el Barítono en boga, Karl Feldkirch, que cantaría el personaje de Renato esa noche, era el amante de Ebner o no. Herbert sintió un pequeño golpe en el pecho, una especie de sobresalto, pero no podía preocuparse de aquello justo en ese momento, sin embargo, justo antes de salir al escenario, en su cabeza retumbaba una única palabra. Traidor. 


La orquesta comenzó a tocar con mucho énfasis, como casi todas las orquestas de ópera  y  Herbert , poseído fue Riccardo, también Karl fue un Renato comprometido. La gente aplaudía eufórica escena tras escena, el coro cantaba desaforadamente, también como siempre. El público maravillado ante tanta brutalidad y ausencia de fraseo aplaudió a rabiar al final del primero y segundo acto. Ya en el tercero, los músicos estaban cansado y los del coro  se habían bebidos en los intermedios unas cuantas copas, así que bajaron el volumen general y pudo oírse un poco de Verdi. Así, a media máquina, con una oscuridad más intimista, llegó la última escena, Renato mata a Riccardo de una puñalada. Riccardo, en su último suspiro, perdona a toda la concurrencia, es decir, a Renato, a los demás cantantes solistas, al coro, que lo ha hecho fatal, a la orquesta, que no se ha estudiado suficientemente la parte, al director por no ser lo bastante severo, a los padres del cantante por no asistir,  y al público por aplaudir cualquier cosa. Pudo verse a  la gente, que le encanta que se la perdone siempre, y que no  siente culpa de nada, ovacionando de pie varios minutos. 

Ya de pie, Riccardo, quiero decir Herbert, luego de recibir sus aplausos, se perdió entre el tumulto de detrás del escenario, buscando a Ebner.  Pudo verlo escapar hacia el edificio interno del teatro y lo siguió, sin darse cuenta que alguien  también lo  seguía a él. Le dió alcance en el primer piso y cuando estuvo frente a él, no supo muy bien qué iba a  decirle, pero el otro rompió el silencio primero: Strumpf, has estado magistral, te auguro un futuro prometedor, tienes una voz prodigiosa, en el escenario te transformas.
 Le dio la mano y sin darle tiempo a pronunciar ni media palabra, se dio media vuelta y se fue, dejándolo, una vez más, sin darle opción a nada. Herbert, se coló en uno de los salones que se encontraba abierto, y abrió de par en par una de  las señoriales  ventanas, miró la luna y sintió cómo se le acrecentaba el nudo en la garganta. Le pareció sentir a sus espaldas un movimiento, un rozar de telas pesadas, pero no se volvió, oyó varios pasos tras él, y de pronto sintió un profundo calor en su espalda, volvió a mirar la luna blanca y  le pareció que le tendían una mano,  sin pensárselo dos veces, extendió su brazo y logró aferrarse fuertemente.


Cuando pudieron enterrarlo, luego de las investigaciones que jamás esclarecen estos raros casos, lo enterraron. Asistieron solamente, un cura, Ebner, que lloraba consternado y se lo oía repetir:cómo es posible, como es posible,  el antiguo director del coro, su mujer, y su hijo de nueve años, un niño que había podido oír la primera prueba de Herbert y que mientras el cura leía unas palabras absolutamente carentes de sentido y sensibilidad, escuchaba atentamente los pájaros cantar. 
Aun hoy puede leerse, en una gris lápida del cementerio de la ciudad de ...: " Herbert Strumpf , solo se sabe que cantó como los pájaros".




10 de marzo de 2012

Al oído

Esas palabras que uno nunca dice, pero que están allí, flotando en el aire.
Esa música filigrana que se oye tenue.
Esa imagen que en la distancia se nos representa verdadera, suave y trasparente.
Esa imagen que la rescata de su dolor y la  hace sonreír.
No se dejó engañar por la fuerte armadura. Con su mano rozó las pálidas mejillas y estrechó sus también pálidas  manos, delicadamente,  como si de acariciar las alas de un pequeño pájaro, se tratara.









3 de marzo de 2012

Amo sin pensar

Cuando Milady se despidió de Sir, luego de "Dos palabras", sufrió en el camino de regreso, un cúmulo de sensaciones encontradas. Sensaciones que la hicieron replantearse su vida hasta ese momento. Una vida difícil, pero también una vida llena de experiencias de todo tipo. Algunas dignas de querer ser repetidas, y otras, de las que prefería no acordarse porque la hacían sentirse avergonzada de haber sido la protagonista.


En su casa, luego de una ducha refrescante y en bata se le apareció en  la cabeza una palabra corrosiva. Fidelidad. Desconectó inmediatamente ambos teléfonos, evitando así, las llamadas de Sir y las llamadas de los amantes que había tenido hasta ese momento. Pseudoamantes. Ni ellos la amaban, ni ella a ellos. En todos los sentidos. Tuvo unas cuarenta y ocho horas para rememorar. Curiosamente,  haciendo un recuento antropológico, se dio cuenta que con todos estos amantes, no había compartido nada físico. En casi año y medio de vida disipada, había dormido, desayunado, hablado por teléfono, quedado, cancelado, unas cien veces, pero lo que vulgarmente se denomina polvo, cero patatero. Remiró mentalmente semejante aberración, y se encontró con que era exacta. ¿Por qué? ¿Cómo había sido esto posible? ¿A qué se debía que habiendo semejante desfile de exponentes más o menos apetecibles por su cama, ninguno, pero ninguno finalmente llegara a consumar?Muy simple, concluyó, ella estaba pensando en alguna otra cosa. Luego se ensombreció, fue un poco más atrás, cuando no vivía sola, hizo un recuento de las tres ocasiones en las que había convivido. ¿Había sido fiel? Solo a uno. El del medio. Y realmente le fue fiel al monstruo, de tal manera que jamás se le cruzó la idea, ni la imagen de otro en los dos años de catastrófica relación. Jamás.


Soy una mujer infiel, se planteó, sin embargo, si amara...


Pasadas las cuarenta y ocho horas, se despertó y se dio cuenta que no sabía si podía amar a uno que no fuera un monstruo, pero que lo intentaría, que bien valía la pena probar. Fue entonces cuando llamó a Sir y regresó a verlo, y a partir de allí se visitaron con bastante espacio entre visita  y visita, pero con una cierta cadencia. Con la siempre esgrimida teoría de que el que viene sin que lo inviten se va sin que lo echen, no dio ninguna explicación a toda la manga de paletos que la frecuentaban y se los quitó de encima con alguna evasiva mal planteada. Poco a poco fue contando sobre la existencia de Sir a su escaso círculo de amistades reales. Las reacciones fueron muy dispares. A los hombres les pareció fatal y a las mujeres tampoco.
A unos les pareció que Sir vivía demasiado lejos, a otros que venía poco, a otros les pareció que Milady bajaba demasiado, a unos pocos que Sir era viejo para Milady, y a otros muchos que Milady era joven para Sir, hasta hubo un caso que luego de recibir la noticia se persignó y le dijo algo así:madre de dios, no te preocupes esto se  pasará pronto y no te preocupes cuando eso suceda. Ante la buena acogida general, y que Sir era un tipo bastante hermético, la relación no fue llamada de ninguna manera, como si se hiciera un voto de silencio. Se le llamó tácitamente la relación sin nombre. Milady se siguió llamando Milady y Sir se siguió llamando como hasta el momento. Nadie del entorno de Milady  sabía como referirse a él, así que nadie preguntó. Y de no nombrarlo, se fueron poco a poco, a medida que iban pasando los meses, olvidando de su existencia, y de pronto, fue como si nunca hubiera existido.


Un buen día, Milady se despertó con una llamada de teléfono, luego revisó su correo y encontró un par de mensajes de origen e intenciones dudosas, por lo claras. Se alarmó, al darse cuenta que el silencio, estaba causando estragos, que ya lo daban por muerto, que si no tomaba las riendas de la situación en un par de días la situación se tornaría insoportable, pero tampoco podía decir que Sir era su novio, porque no se había hablado de que lo fuera en ningún momento, de hecho, parecía haber aversión a que lo fuera, pero no desde fuera, desde dentro. Una cierta distancia, un recordarse siempre que mejor no, y ella miró para otro sitio, no se sabe hacia donde y se olvidó de aclarar nada porque no sabía como hacerlo, ni lo que debía decir.


En menos de dos días las cosas se volvieron insostenibles.Lo que fue un chichoneo continuo de cara al público, se volvió subterráneo, comenzó a recibir unas tres o cuatro llamadas y mensajes privados cada día, de convite. Harta, asqueada, resentida incluso con Sir, siguió mirando hacia otro lado.


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Una tarde de sábado seminublado, de esas que invitan solamente a dormir la siesta o jugar a las cartas, encontrándose Milady plácidamente con el hijo en su salón, alguien llamó a la puerta. El niño salió corriendo a investigar quien era el visitante y regresó con un antiguo pseudo caballero que la visitaba con cierta asiduidad en un pasado no muy lejano. Con fastidio, nuestra amiga sirvió el te. El te se alargó cuatro horas, y hubo que servir la cena. Y cuando la sobremesa se alargó otras cuatro horas más, Milady, desesperada, se dio cuenta que no había escapatoria posible. Cuando el pequeño se durmió. Se quedó con el visitante que siempre parecía venir escapado de alguna época remota. Sirvió otro te, y luego de media hora de silencio absoluto por ambas partes, el hombre rompió el silencio: te quiero.


Estaba tan cansada, sin fuerzas, enfadada, incómoda. Lo miró sin inmutarse como si nadie hubiera dicho nada aun.
¿Dónde está toda mi experiencia al respecto? ¿A cuántos he evitado a lo largo de todos estos años?¿A cuántos les he dicho:me quieres, pues demuéstramelo? ¿Cuántos que te han dicho que te han querido te lo han demostrado realmente?
 Sintió ganas de gritar:vete, no te quiero, quiero a otro. Se dio cuenta que esa reacción era brutal y completamente desquiciada, que además en ese momento estaba sola, completamente sola, que estaba sola para afrontar los problemas de cada día, que a veces le dolía la situación, que se sentía despreciada. Se sentía despreciada por todos, por los que le decían te quiero y no lo demostraban y por los que no lo decían o si y se lo demostraban a medias. En los últimos días Milady había necesitado un abrazo.
Volvió a mirar al extraño al que conocía, moreno, bien plantado, un poco estúpido. Sonriendo, le respondió finalmente: ¿Sabes? Esta mañana se me ocurrió una extraña idea, que cuando uno no dice nada sobre algo que existe, es como si no existiera, y entonces, luego de mucho tiempo  que exista, si uno no lo mira, ni lo nombra, termina por no existir.


Dos minutos después lo despedía en el umbral con un hasta pronto, que esperaba ella fuera un año al menos, en lo más recóndito de su sensible corazón. Cerró la puerta y se dijo: menos mal, no era tan estúpido al final de cuentas.

20 de febrero de 2012





Quería contarte algo, a la distancia. La distancia es como una cárcel. La cárcel de la propia libertad. Como la visión. Hay tanto para ver que uno no ve nada. Vivimos rodeados de tantos estímulos visuales que no vemos, tantos estímulos auditivos que no oímos y tantas consignas que no sentimos. De vez en cuando, nos damos cuenta e intentamos revelarnos. Eso es lo que me pasó a mi.
Claro que primero tuve que poder percibir muchas cosas. Miré  y no vi nada. No vi nada porque no había nada. Escuché y no comprendí nada. Finalmente intenté sentir y no pude. Se me ocurrió que el error era el orden, y otra vez caí en la trampa y miré a mi alrededor, y todo se volvió oscuro, porque ya no creía.
Solo percibía entre las tinieblas una falsa felicidad, personas engañándose a si mismos y a otros, dañándose y dañando sin darse cuenta. Yo también, pensé.
No se si existe el amor. Pero de existir, no se si podría reconocerlo. Sin embargo, no recuerdo haber sentido antes algo tan parecido a lo que imagino, es mi felicidad.