3 de diciembre de 2012

Entre mis cabellos. Bajo mis uñas. Dentro de mi ombligo.  Más abajo. Ahí.  Tras mis rodillas. Y subiendo de  pronto, en mi labio superior.  En el centro de mi torso, en la cruz que formaría esta recta que de haberla, se interceptaría con otra perpendicular que uniera mis pezones pero más hacia un lado.  
Te vi. No, me vi yo. Tuve miedo. En todos esos sitios. Una y otra vez. Cerré los ojos. Dejé que el dolor me rompiera. Ya no lo siento en verdad, pero por momentos me ha quedado un reflejo, de gritar, quejándome. Pidiendo auxilio. 
Como he padecido la enfermedad, no se la deseo a nadie. Porque sin darte cuenta, a velocidades descomunales, te inunda y arrasa. Sientes que te asfixias, el corazón parece que va a dejar de latir en cualquier momento, las piernas se aflojan y casi no logran sostener todo el miedo acumulado. En el estómago  vacío, late un monstruo que se revuelve. Cuando comienzas a vomitar dudas, la cosa se acelera y confundes control con auto control. Control, la peor droga dura. 
Cuando se comienza a consumir Control se es completamente inconsciente de los efectos secundarios. Si se está físicamente cerca, se necesita saber exactamente dónde, con quién, qué hace o qué piensa la otra persona. Si se está lejos, uno intenta lo mismo pero a nivel virtual. Es terrible, porque cualquier mínimo cambio en el tipo de letra ya nos está indicando que corremos peligro. Los primeros días le restamos importancia, pero cuando consumimos de manera habitual el control, todo nos parece confuso. Una mota de jersey es un gran amor en ciernes, una palabra con h es el epistolario completo de Goethe, una mirada es la filmografía completa de  Alain Resnais, y así.

Hace unas semanas, cuando comenzó a notarse la llegada del invierno, y el viento helado me empujaba hacia la rutina, me pareció notar que de todas las drogas que he probado me sientan mucho mejor las alucinógenas blandas. Son más difíciles de conseguir  y tienen un efecto que aparentemente dura unos instantes, pero los efectos secundarios son más llevaderos, cosquilleo en el estómago, sorpresa súbita al oír una voz, ternura repentina, etc. Ya que Seguridad no me la puedo permitir, estaba resuelta a decantarme por esas otras. Te lo digo porque no quiero que sufras lo que padecí yo. Sobre todo teniendo en cuenta que entre mis cabellos. Bajo mis uñas. Dentro de mi ombligo.  Más abajo. Ahí.  Tras mis rodillas. Y subiendo de  pronto, en mi labio superior.  En el centro de mi torso, en la cruz que formaría esta recta que de haberla, se interceptaría con otra perpendicular que uniera mis pezones pero más  hacia un lado,  solo estás tu.

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