3 de marzo de 2012

Amo sin pensar

Cuando Milady se despidió de Sir, luego de "Dos palabras", sufrió en el camino de regreso, un cúmulo de sensaciones encontradas. Sensaciones que la hicieron replantearse su vida hasta ese momento. Una vida difícil, pero también una vida llena de experiencias de todo tipo. Algunas dignas de querer ser repetidas, y otras, de las que prefería no acordarse porque la hacían sentirse avergonzada de haber sido la protagonista.


En su casa, luego de una ducha refrescante y en bata se le apareció en  la cabeza una palabra corrosiva. Fidelidad. Desconectó inmediatamente ambos teléfonos, evitando así, las llamadas de Sir y las llamadas de los amantes que había tenido hasta ese momento. Pseudoamantes. Ni ellos la amaban, ni ella a ellos. En todos los sentidos. Tuvo unas cuarenta y ocho horas para rememorar. Curiosamente,  haciendo un recuento antropológico, se dio cuenta que con todos estos amantes, no había compartido nada físico. En casi año y medio de vida disipada, había dormido, desayunado, hablado por teléfono, quedado, cancelado, unas cien veces, pero lo que vulgarmente se denomina polvo, cero patatero. Remiró mentalmente semejante aberración, y se encontró con que era exacta. ¿Por qué? ¿Cómo había sido esto posible? ¿A qué se debía que habiendo semejante desfile de exponentes más o menos apetecibles por su cama, ninguno, pero ninguno finalmente llegara a consumar?Muy simple, concluyó, ella estaba pensando en alguna otra cosa. Luego se ensombreció, fue un poco más atrás, cuando no vivía sola, hizo un recuento de las tres ocasiones en las que había convivido. ¿Había sido fiel? Solo a uno. El del medio. Y realmente le fue fiel al monstruo, de tal manera que jamás se le cruzó la idea, ni la imagen de otro en los dos años de catastrófica relación. Jamás.


Soy una mujer infiel, se planteó, sin embargo, si amara...


Pasadas las cuarenta y ocho horas, se despertó y se dio cuenta que no sabía si podía amar a uno que no fuera un monstruo, pero que lo intentaría, que bien valía la pena probar. Fue entonces cuando llamó a Sir y regresó a verlo, y a partir de allí se visitaron con bastante espacio entre visita  y visita, pero con una cierta cadencia. Con la siempre esgrimida teoría de que el que viene sin que lo inviten se va sin que lo echen, no dio ninguna explicación a toda la manga de paletos que la frecuentaban y se los quitó de encima con alguna evasiva mal planteada. Poco a poco fue contando sobre la existencia de Sir a su escaso círculo de amistades reales. Las reacciones fueron muy dispares. A los hombres les pareció fatal y a las mujeres tampoco.
A unos les pareció que Sir vivía demasiado lejos, a otros que venía poco, a otros les pareció que Milady bajaba demasiado, a unos pocos que Sir era viejo para Milady, y a otros muchos que Milady era joven para Sir, hasta hubo un caso que luego de recibir la noticia se persignó y le dijo algo así:madre de dios, no te preocupes esto se  pasará pronto y no te preocupes cuando eso suceda. Ante la buena acogida general, y que Sir era un tipo bastante hermético, la relación no fue llamada de ninguna manera, como si se hiciera un voto de silencio. Se le llamó tácitamente la relación sin nombre. Milady se siguió llamando Milady y Sir se siguió llamando como hasta el momento. Nadie del entorno de Milady  sabía como referirse a él, así que nadie preguntó. Y de no nombrarlo, se fueron poco a poco, a medida que iban pasando los meses, olvidando de su existencia, y de pronto, fue como si nunca hubiera existido.


Un buen día, Milady se despertó con una llamada de teléfono, luego revisó su correo y encontró un par de mensajes de origen e intenciones dudosas, por lo claras. Se alarmó, al darse cuenta que el silencio, estaba causando estragos, que ya lo daban por muerto, que si no tomaba las riendas de la situación en un par de días la situación se tornaría insoportable, pero tampoco podía decir que Sir era su novio, porque no se había hablado de que lo fuera en ningún momento, de hecho, parecía haber aversión a que lo fuera, pero no desde fuera, desde dentro. Una cierta distancia, un recordarse siempre que mejor no, y ella miró para otro sitio, no se sabe hacia donde y se olvidó de aclarar nada porque no sabía como hacerlo, ni lo que debía decir.


En menos de dos días las cosas se volvieron insostenibles.Lo que fue un chichoneo continuo de cara al público, se volvió subterráneo, comenzó a recibir unas tres o cuatro llamadas y mensajes privados cada día, de convite. Harta, asqueada, resentida incluso con Sir, siguió mirando hacia otro lado.


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Una tarde de sábado seminublado, de esas que invitan solamente a dormir la siesta o jugar a las cartas, encontrándose Milady plácidamente con el hijo en su salón, alguien llamó a la puerta. El niño salió corriendo a investigar quien era el visitante y regresó con un antiguo pseudo caballero que la visitaba con cierta asiduidad en un pasado no muy lejano. Con fastidio, nuestra amiga sirvió el te. El te se alargó cuatro horas, y hubo que servir la cena. Y cuando la sobremesa se alargó otras cuatro horas más, Milady, desesperada, se dio cuenta que no había escapatoria posible. Cuando el pequeño se durmió. Se quedó con el visitante que siempre parecía venir escapado de alguna época remota. Sirvió otro te, y luego de media hora de silencio absoluto por ambas partes, el hombre rompió el silencio: te quiero.


Estaba tan cansada, sin fuerzas, enfadada, incómoda. Lo miró sin inmutarse como si nadie hubiera dicho nada aun.
¿Dónde está toda mi experiencia al respecto? ¿A cuántos he evitado a lo largo de todos estos años?¿A cuántos les he dicho:me quieres, pues demuéstramelo? ¿Cuántos que te han dicho que te han querido te lo han demostrado realmente?
 Sintió ganas de gritar:vete, no te quiero, quiero a otro. Se dio cuenta que esa reacción era brutal y completamente desquiciada, que además en ese momento estaba sola, completamente sola, que estaba sola para afrontar los problemas de cada día, que a veces le dolía la situación, que se sentía despreciada. Se sentía despreciada por todos, por los que le decían te quiero y no lo demostraban y por los que no lo decían o si y se lo demostraban a medias. En los últimos días Milady había necesitado un abrazo.
Volvió a mirar al extraño al que conocía, moreno, bien plantado, un poco estúpido. Sonriendo, le respondió finalmente: ¿Sabes? Esta mañana se me ocurrió una extraña idea, que cuando uno no dice nada sobre algo que existe, es como si no existiera, y entonces, luego de mucho tiempo  que exista, si uno no lo mira, ni lo nombra, termina por no existir.


Dos minutos después lo despedía en el umbral con un hasta pronto, que esperaba ella fuera un año al menos, en lo más recóndito de su sensible corazón. Cerró la puerta y se dijo: menos mal, no era tan estúpido al final de cuentas.

2 comentarios:

  1. ¿Sabes Milady? Nos empeñamos en etiquetar lo inclasificable. A veces, hay libros a los que no podemos ponerle signatura. No encajan con los demás. Cubiertos que no metemos en el cajón habitual. Ropa que nunca entra en el ropero. Pero no por eso dejan de ser libros, cubiertos, ropa...
    Y suelen ser estos los más preciados.

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  2. Así es Milady, encuentro muy acertado el comentario precedente. Las mujeres suelen sernos en ocasiones tan cómodas como una prenda de ropa, divertidas de leer como alguno de nuestros libro, y tan útiles como un utensilio de cocina. Lo malo es que se mueven, sienten y frecuentemente piensan, lo cual es muy incómodo, porque aunque nos empeñamos en ponerlas en un sitio determinado o en ninguno, cambian de posición constantemente y cuando vamos a buscarlas, ya no están donde las habíamos dejado.
    Las opiniones de los demás, dan igual, pero, ¿y su opinión?, no la veo muy cómoda ante tan poca precisión.

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