17 de marzo de 2012

Una descripción física.

Milady  le abrió la puerta a Benigno. Benigno hacia días que se encontraba, durante las clases,  desconcentrado,  cabizbajo, y de color gris. Ausente completamente, casi logra fastidiar a Milady que suele tener una paciencia china, o japonesa, depende del día. Como no veía mejoras en Benigno al recibirlo,  antes de comenzar la clase, cogió una pequeña campanilla que se encuentra  junto a otros artilugios sobre un gran mostrador, y  comenzó a hacerla sonar alegremente. Cabe hacer un paréntesis y aclarar aquí, que Milady, mas allá de poder parecer un poco loca a quienes no la conocen, en verdad, es loca. Pero seamos sinceros, quién no es loco, o mejor dicho, quien es cuerdo. 
Milady conoce a Benigno desde hace tres años. Tiene su perfil catalogado desde hace bastante en la carpeta: demasiado diferente.   Le tiene aprecio, pero más de una vez debió morderse la lengua. En esa carpeta solamente tiene, al día de la fecha, tres personas. Ya ha aprendido a ser más  cuidadosa, y  no opinar nada en especial. 
¿Qué es lo que puede desagradarle de una persona?Como ella es tan abierta, muchas cosas. La gente cerrada, es limitada hasta para molestarse, en cambio, la gente imaginativa, en cualquier momento percibe algo que no es tolerante para con la humanidad, ideas que son completamente limitadas, o que generan mal rollo, y ahí comienza la inquina, el fastidio, generalmente sin posibilidad de marcha atrás. Como no es xenófoba, le ha pasado con gente de todas las nacionalidades, pero buscando un patrón común, hay básicamente tres cosas que le generan aversión, como si de  un mal olor se tratara. La gente del Opus Dei, los franquistas, y la gente que cree que es buena porque hace todo como le dijeron que había que hacerlo. No hay que generalizar, pero tampoco hay que excusar por conveniencia. Tal es así, que cuando supo que Benigno, era hijo de un franquista, a riesgo de quedarse sin alumno, acotó: lo siento, en mi casa, el nombre del generalísimo no se puede pronunciar, es una mala palabra, si no viene junto a otra mala palabra después. Él no solo estuvo de acuerdo, si no, que le refirió una gran pelea que tuvo con su padre a raíz de aquello. 


Pero me estoy yendo por las ramas. Benigno, es cabeza de familia, la palabra divorcio, es para él de origen extranjero, cuando ve una pareja de dos hombres por la calle, cree que son amigos, y se ha venido convenciendo desde hace treinta y cinco años, que su mujer, es la mas guapa, la más limpia, la más de todas las mujeres del universo, es más, es la única. Igual que sus tres hijos, que son perfectos.


Los padres tendemos a ser muy crueles e inclementes con los hijos. Por un lado los vemos perfectos, pero por otro, no toleramos sus imperfecciones. Noches atrás, Milady, perseguía a su hijo para que tomara una ducha, y el niño, se le escapaba, así que ella, le explicó, que había que bañarse, porque las personas, si no se daban un baño diario, tenían mal olor, y aquello no era sano. Causó esto último  mucha gracia al pequeño, que riéndose, dijo:como los vagabundos. Ella se horrorizó, y se enfadó de manera brutal, le espetó con voz gutural y cortante: hay gente que no tiene casa donde dormir, no tiene qué comer, y no puede bañarse porque no puede, no porque no quiere. Tu te ríes de alguien completamente indefenso entonces, ¿cómo te sentirías, si  estando completamente indefenso, se rieran de ti?. Dicho lo cual, se alejó por unos minutos. Cuando regresó, lo encontró serio y silencioso. Más tarde, el niño, extendió sus bracillos alrededor del  cuello de su madre, a modo de disculpa. 

La hija mayor de Benigno, fue monja de clausura. Luego salió del monasterio y terminó la carrera de psicología que había dejado inconclusa antes de entrar.  El del medio es  un hijo, que es ingeniero, y calvo. La menor es otra chica, que ha terminado hace muy poco la carrera de Historia del Arte. Son unos jóvenes encantadores todos. Milady los conoce. Bueno, un poco malcriado el del medio, tal vez. Lo malo de criarse pensando que uno es bueno solo con  hacer todo como le han dicho que debe hacerse. 


De tres notas que daba el bueno de Benigno, dos no eran las que debían ser. Luego de veinte minutos en ese modo, el hombre, se derrumbó en una silla ante una Milady que lo miraba inexpresivamente, y volviéndose a poner de pie, confesó: tengo un gran problema. Ella lo miró, sin pestañar, sin decir nada, y él continuó con la confesión: ahora, todo parece volver más o menos a la normalidad, pero la semana pasada, mi vida con mi esposa era un infierno, me di cuenta que hace treinta y cinco años que digo siempre que si a todo, que me dice como debo hacer todo y jamás discuto nada, ni tengo derecho a hacerlo, porque si lo hago, ella montaría en cólera.  Milady asintió, pero al mismo tiempo, buscó rápidamente esa sensación en su cabeza, a quién conocía así, quién era dictatorial y caprichoso, quién hacía de su voluntad el mundo, y del mundo un infierno. Lo encontró. Siguió escuchando atentamente: la semana pasada hemos estado de boda, se casó la sobrina de mi mujer, que es, como una hija más, y mi cuñada, no invitó al amigo de mi hija mayor a la boda. Milady, por poco aplaude antes de que terminara la obra, cuando escuchó el final, de la anterior frase se contuvo. 
Le alegra tanto una boda, no por la boda en si, que le parece una redundancia,  ve como una especie de milagro, que en este mundo lleno de gente  tan egoísta, dos personas logren ponerse de acuerdo en algo. Y el enterarse de dos parejas en la misma frase, ya le parecía una cosa digna de un aplauso. Pero lo último lo opacó. Para alivianar la tensión, preguntó: ¿Piedad tiene un amigo?Eso es nuevo, que alegría, tu que siempre me decías que estaba tan sola allí, en Burgos, y fíjate, tiene ya  un amigo?Es un progreso.  
El otro volvió a sentarse apesadumbrado, y le explicó:es su novio.  


De pronto, Milady se dio cuenta que el problema no era que Piedad tuviera un novio, que el problema era que la familia no lo había invitado a la boda . ¿Y por qué no invitaron al novio de Piedad a la boda?preguntó ya completamente ceñi-fruncida Milady,  a quien  se le estaba antojando que en esta  familia, tan pipicucú, eran todos unos verdaderos mal educados. 


-Es discapacitado.


Silencio. 


Otra vez se refugió en la inexpresión, y tuvo que morderse la lengua para no preguntar: ¿Es de izquierdas?




-Es enano. 
-Pero...¿es una bella persona?.¿Lo conocen?.¿Por qué no lo invitaron?




¿Saben? Cuando explicaba antes lo de la carpeta: demasiado diferente, me estaba refiriendo a ésto. Ésto es ser: demasiado diferente. No me refiero al  novio de Piedad, que no conocemos en absoluto, me refiero a Milady y a Benigno, son tan diferentes, que ella le puede estar preguntando algo, y él no comprender lo que ella  le pregunta, y él le puede estar explicando algo, y ella no tener ni idea de lo que él le está diciendo. Es como si hablaran dos idiomas  diferentes. Y existe una  incapacidad en ambos. 


-No, es un monstruo horrible, que anda con muletas, nació con todos los órganos mal colocados, y tiene un carácter dominante y manipulador, hará con Piedad lo que quiera.


Milady, se quedó pensativa unos instantes, hizo una especie de cuadro sinóptico mental con el esquema familiar, la poca historia   que les conocía, los ordenó como si fueran un árbol de colores en su cabeza, y dijo:


-Mira, como me cuentas ésto, yo puedo tomar dos actitudes: una, es escucharte, y no decirte nada, la otra, es decirte lo que me parece, a riesgo que nos enfademos, porque yo pertenezco a otra generación y a otro mundo, a otra mentalidad.
El pidió su opinión. Y ella, que estaba un poquito harta de morderse la lengua en los últimos tres años, habló:


- En primer lugar, habría que ver si Piedad ama a ese hombre, poco importa si es enano, cojillo, o lo que sea. Si lo ama, tu, y toda la familia de tu esposa, pueden hacerle mil desaires, y no lograran nada más que resentimientos. ¿Que él es dominante?. No me extraña, ella fue monja de clausura,¿cómo crees tu que es la madre superiora?. Y te voy a decir una cosa, a mi me parece, y me alegro que estés sentado, que las monjas son discapacitadas, tienen coño, y no lo usan para nada. 


Levantó el mentón en señal desafiante, y prosiguió:


-Me parece más riesgoso, el que por el tipo de educación que ha recibido Piedad, se confunda, y vaya derechito al altar con un  hombre que no sabe si en la cama le va a funcionar. Lo que piense de él tu familia,  sinceramente, me la suda completamente. 


Benigno, el pobre, tenía los ojos como dos huevos fritos, y de pronto, casi sin poder controlarse gritó.


-¡Claro! Eso es exactamente lo que yo pienso, que se tiene que acostar con él antes, y ¡se lo he dicho!, ¡se lo he dicho!¿Y sabes lo que me ha dicho ella?, ¡se ha horrorizado que su propio padre le estuviera diciendo que faltara a lo que se le ha enseñado!


Se echó a llorar. Milady, le extendió un kleenex, y esperó a que terminara. Se produjo el contacto visual de una manera descarnada, ninguno de los dos estaba mirando a quien tenía enfrente.  Y ella terminó:


- La vida es muy extraña, por momentos, nos parece que algo es de una manera, y luego resulta que no es lo que esperábamos. Dime Benigno: ¿tu quieres a tu mujer?- El otro asintió.- Sin embargo, la describes como una mujer que te ha venido diciendo durante treinta y cinco años lo que tenías que hacer, y tu nunca se lo discutías para evitar discusiones. Si me guío por lo que cuentas, me imagino que tu esposa es dominante y manipuladora, como el novio de Piedad, pero tu quieres a tu esposa.  Yo me preguntaría, si en el fondo, de lo que tienes miedo no es, que Piedad se case con un enano, y que la gente se ría de ella, si no, de que se case con un hombre que le diga todo lo que tiene que hacer, y ella no pueda decirle que no a nada, los próximos treinta y cinco años.


Se quedaron en silencio. Ella se levantó y se ausentó,  para regresar minutos más tarde trayéndole  un te de jazmines. 


Terminó de bebérselo y se despidieron en el umbral, como cada semana, pero esta vez, él, le dio un besito en la frente. 


Cerró la puerta, y volvió al salón, donde aun retumbaban las voces, encendió un incienso, hizo sonar la campanilla, y abrió las ventanas de par en par, dejando entrar la luz del sol. Se sentó en el sofá, y entornó los  párpados, evocando a Sir, de pequeña estatura, calvo, con perfil de patriarca, enfundado en  su túnica medieval, bienhumorado  y  afectuoso. Y se vio ella misma, mirándolo, divertida, ella, la que antes  no sabía abrazar.

12 de marzo de 2012

Un minuto de silencio por Herbert Strumpf

Le pareció que le tendían una mano,  sin pensárselo dos veces, extendió su brazo y logró aferrarse fuertemente.


Herbert Strumpf era el cuarto de nueve hermanos. Había nacido en el seno de una familia  acomodada en la ciudad de... Su padre, el Sr Strumpf , siempre estaba muy ocupado con sus negocios, y cuando no se encontraba de viaje o en sus oficinas, no parecía estar muy al corriente de la existencia de su familia. En cambio, la madre de Herbert, la señora Strumpf, era estúpida. Podría decirse que Herbert, y sus hermanos habían tenido una niñez feliz. El pequeño Herbert tenía un carácter apacible. Era de naturaleza delicada, su voz era tan suave que aunque dijera algo, nadie le prestaba atención. La señora Strumpf, en algún que otro momento de lucidez momentánea, recordaba el parto de Herber, con sus ojos humedecidos por la emoción le narraba a éste: ..."ni cuando nació dio problemas, estornudé y entonces me anunciaron que era otro varón y como me encontraba levemente afectada por la noticia resolví que lo llamaría igual que  su padre..." Luego de lo cual, se  quedaba mirando a Herbert preguntándose quién era ese pequeño niño que la miraba tan interesado. En cambio, el niño, no comprendía cómo era posible, que el se llamara Herbert, y su padre Franz. 
Era un estudiante bastante mediocre y no mostraba predilección por ninguna cosa en particular. En este clima de armonía y amor se crío nuestro Herbert, sin mayores sobresaltos. Hasta que un día, la señora Strumpf  leyó  en una  revista, que la princesa Antoncich visitaría los jardines del Parque Bauer ese domingo y decidió con gran alboroto que llevaría toda la prole a pasear para ver el evento. 
El domingo, engalanados todos con sus mejores trajes de paseo, llegaron al parque dos horas antes de que diera comienzo el desfile para poder conseguir ver a la  famosa princesa Antonich.  Famosa, más que por estar dotada de algún  encanto en particular, por sus particulares malas costumbres. Alrededor de las tres de la tarde el parque Bauer se veía poblado de una tupida concurrencia, ansiosa de que comenzara la función. Herbert se encontraba casi asfixiado entre varias señoras que comentaban que seguramente la princesa luciría su vestido de organdí verde aguamarina que era el último alarido de la moda. Segundos después comenzó el desfile, encabezado por una banda desafinada de unos músicos disfrazados de militares, dos de los cuales tocaban la trompeta sobre unos caballos blancos. Luego de media hora de tortuoso preámbulo musical pudo avistarse  el carruaje que traía a la  princesa mientras saludaba con una naturalidad tan desafinada como la banda que la precedía. Esto duró un suspiro comparado con lo que había durado el número anterior. La gente se fue dispersando tras el carruaje y Herbert se perdió. Como broche de la tarde estaba programado un coro de niños angelicales que formando un semicírculo quedaron prácticamente solos cantando magníficas canciones, mientras todos los concurrentes se encontraban ya en el otro extremo del parque. 
Cuatro horas más tarde, llamaron a la puerta de la casa de la familia Strumpf. El señor Strumpf que se encontraba milagrosamente en casa, abrió la puerta y se encontró un oficial de la policía que traía un niño de la mano y que  le explicó pacientemente que se habían olvidado al niño en el parque hacía ya unas horas. El señor Strumpf,  presa de una gran turbación, dio las gracias al oficial y avergonzado  hizo entrar a la casa  al niño, al que en un principio no había reconocido, y muy enfadado por tener una mujer que ni sabía cuantos hijos tenía. 
Este suceso cambió la vida de Herbert para siempre, como único público del coro,  escuchó durante una hora convenciéndose que era cantar lo que realmente debía hacer en su vida. Cantar como los pájaros. Y cuando  el coro también hubo desaparecido, dejando paso al canto de los pájaros que gorjeaban el atardecer, oyó tan atentamente los diferentes sonidos que aprendió entonces todo lo que debía aprender.

Herbert Strumpf  puso todo su ahínco desde ese episodio para crecer lo más rápidamente posible y poder volar lejos de semejante manada de humanos decadentes que le habían tocado por familia. A los dieciocho años heredó una casa  de  una tía solterona  y se fue a vivir allí aprovechándose de  que nadie notaría su ausencia. Si bien se lo pasaba cantando todo el día, eran, afortunadamente, todos sordos. 
Se acomodó en el piso que desembocaba a la calle del Gran Teatro Schicksal,  y cuando veía los sábados poblarse el edificio de blancas luces tomó la segunda resolución más importante de su vida, cantaría en ese teatro hasta morir.   
Una semana más tarde, Herbert debutaba con  el coro del teatro,  era tenor, tenía una voz  bien colocada, aterciopelada y etérea, un vibrato sutil y elegante. Había tenido dos grandes maestros, los pájaros, y su propio corazón. Cantó y cantó, vivía para cantar o cantaba para vivir, no es posible saberlo muy bien, y así fue por tres años, hasta que un mal día, el teatro cambió de directores y con los nuevos, vinieron también los nuevos directores artísticos. De la noche a la mañana cambiaron el director del coro. Los miembros del coro se opusieron, los barítono organizaron una pequeña manifestación en las puertas del teatro para que se restituyera al anterior director, luego se sumaron los tenores, y las contraltos, finalmente las sopranos un día que debían haberse estudiado la parte y no lo habían hecho, también se unieron al reclamo. Todos los miembros del coro en repudio de la situación, menos Herbert. Herbert esperaba ansioso al nuevo maestro, en su sitio. Cuando el nuevo director, el Sr Ebner entró en la sala de ensayo y se encontró con Herbert, se quedó atónito y le exhortó: Pero Sr, ¿qué hace ud solo aquí, donde están todos los demás?. 
No obtuvo respuesta, Herbert no tenía la menor idea. Ebner intentando no demostrar lo alarmado que estaba solo en esa habitación con ese loco, salió sin darle las espaldas en  dirección a la oficina de las autoridades del teatro para que le explicaran la situación. 
En un par de semanas, todo se había solucionado, el coro había comprendido que no había nada que hacer, que,  o se presentaban a los ensayos programados, o perderían el empleo. 
Pero para Herbert no se había solucionado nada, no lograba cantar igual que antes. Veía a Ebner en sueños huyendo de él como aquel primer día, dormía mal, y casi no comía. También veía a Ebner cuando estaba despierto, a veces de tanto recordarse de sus marcadas facciones le parecía que estas se le desfiguraban como grandes fauces de un león y lo devoraban. Asistía a los ensayos descompuesto o se descomponía ellos. Nadie notó lo que le estaba pasando. Tuvo que ausentarse de la puesta de Carmen, porque su salud estaba minada. 
Curiosamente, el único que notaba su ausencia era el malhumorado Maestro Ebner. Sin sospechar el terror que causaba en  Herbert, echaba en falta a ese gran tenor con una gran voz, aunque de una presencia un tanto patética. Al fin,  mejoró la salud de nuestro amigo y se reincorporó a su puesto. Y entonces, se le presentó una gran oportunidad, el teatro organizaría pruebas para que los miembros del coro se prepararan para un concurso con la posibilidad de  actuar como solistas en la opera Un Ballo in Maschera. Herbert cantó el personaje de Riccardo. Ganó el concurso. 

La noche del estreno, el Teatro encendió las blancas luces del edificio más temprano que de costumbre y Herbert tuvo la extraña sensación que muchas cosas culminaban así, con estas luces. Cruzó la calle para ponerse el traje de Riccardo y que lo maquillaran. Vio a alguna señora demasiado puntual dando vueltas al teatro, y recordó aquella lejana tarde cuando su madre, lo dejó olvidado en el parque al cuidado de los pájaros.
Mientras lo maquillaban, oía al otro lado de la pared el cotorreo de las sopranos que discutían sobre si el Barítono en boga, Karl Feldkirch, que cantaría el personaje de Renato esa noche, era el amante de Ebner o no. Herbert sintió un pequeño golpe en el pecho, una especie de sobresalto, pero no podía preocuparse de aquello justo en ese momento, sin embargo, justo antes de salir al escenario, en su cabeza retumbaba una única palabra. Traidor. 


La orquesta comenzó a tocar con mucho énfasis, como casi todas las orquestas de ópera  y  Herbert , poseído fue Riccardo, también Karl fue un Renato comprometido. La gente aplaudía eufórica escena tras escena, el coro cantaba desaforadamente, también como siempre. El público maravillado ante tanta brutalidad y ausencia de fraseo aplaudió a rabiar al final del primero y segundo acto. Ya en el tercero, los músicos estaban cansado y los del coro  se habían bebidos en los intermedios unas cuantas copas, así que bajaron el volumen general y pudo oírse un poco de Verdi. Así, a media máquina, con una oscuridad más intimista, llegó la última escena, Renato mata a Riccardo de una puñalada. Riccardo, en su último suspiro, perdona a toda la concurrencia, es decir, a Renato, a los demás cantantes solistas, al coro, que lo ha hecho fatal, a la orquesta, que no se ha estudiado suficientemente la parte, al director por no ser lo bastante severo, a los padres del cantante por no asistir,  y al público por aplaudir cualquier cosa. Pudo verse a  la gente, que le encanta que se la perdone siempre, y que no  siente culpa de nada, ovacionando de pie varios minutos. 

Ya de pie, Riccardo, quiero decir Herbert, luego de recibir sus aplausos, se perdió entre el tumulto de detrás del escenario, buscando a Ebner.  Pudo verlo escapar hacia el edificio interno del teatro y lo siguió, sin darse cuenta que alguien  también lo  seguía a él. Le dió alcance en el primer piso y cuando estuvo frente a él, no supo muy bien qué iba a  decirle, pero el otro rompió el silencio primero: Strumpf, has estado magistral, te auguro un futuro prometedor, tienes una voz prodigiosa, en el escenario te transformas.
 Le dio la mano y sin darle tiempo a pronunciar ni media palabra, se dio media vuelta y se fue, dejándolo, una vez más, sin darle opción a nada. Herbert, se coló en uno de los salones que se encontraba abierto, y abrió de par en par una de  las señoriales  ventanas, miró la luna y sintió cómo se le acrecentaba el nudo en la garganta. Le pareció sentir a sus espaldas un movimiento, un rozar de telas pesadas, pero no se volvió, oyó varios pasos tras él, y de pronto sintió un profundo calor en su espalda, volvió a mirar la luna blanca y  le pareció que le tendían una mano,  sin pensárselo dos veces, extendió su brazo y logró aferrarse fuertemente.


Cuando pudieron enterrarlo, luego de las investigaciones que jamás esclarecen estos raros casos, lo enterraron. Asistieron solamente, un cura, Ebner, que lloraba consternado y se lo oía repetir:cómo es posible, como es posible,  el antiguo director del coro, su mujer, y su hijo de nueve años, un niño que había podido oír la primera prueba de Herbert y que mientras el cura leía unas palabras absolutamente carentes de sentido y sensibilidad, escuchaba atentamente los pájaros cantar. 
Aun hoy puede leerse, en una gris lápida del cementerio de la ciudad de ...: " Herbert Strumpf , solo se sabe que cantó como los pájaros".




10 de marzo de 2012

Al oído

Esas palabras que uno nunca dice, pero que están allí, flotando en el aire.
Esa música filigrana que se oye tenue.
Esa imagen que en la distancia se nos representa verdadera, suave y trasparente.
Esa imagen que la rescata de su dolor y la  hace sonreír.
No se dejó engañar por la fuerte armadura. Con su mano rozó las pálidas mejillas y estrechó sus también pálidas  manos, delicadamente,  como si de acariciar las alas de un pequeño pájaro, se tratara.









3 de marzo de 2012

Amo sin pensar

Cuando Milady se despidió de Sir, luego de "Dos palabras", sufrió en el camino de regreso, un cúmulo de sensaciones encontradas. Sensaciones que la hicieron replantearse su vida hasta ese momento. Una vida difícil, pero también una vida llena de experiencias de todo tipo. Algunas dignas de querer ser repetidas, y otras, de las que prefería no acordarse porque la hacían sentirse avergonzada de haber sido la protagonista.


En su casa, luego de una ducha refrescante y en bata se le apareció en  la cabeza una palabra corrosiva. Fidelidad. Desconectó inmediatamente ambos teléfonos, evitando así, las llamadas de Sir y las llamadas de los amantes que había tenido hasta ese momento. Pseudoamantes. Ni ellos la amaban, ni ella a ellos. En todos los sentidos. Tuvo unas cuarenta y ocho horas para rememorar. Curiosamente,  haciendo un recuento antropológico, se dio cuenta que con todos estos amantes, no había compartido nada físico. En casi año y medio de vida disipada, había dormido, desayunado, hablado por teléfono, quedado, cancelado, unas cien veces, pero lo que vulgarmente se denomina polvo, cero patatero. Remiró mentalmente semejante aberración, y se encontró con que era exacta. ¿Por qué? ¿Cómo había sido esto posible? ¿A qué se debía que habiendo semejante desfile de exponentes más o menos apetecibles por su cama, ninguno, pero ninguno finalmente llegara a consumar?Muy simple, concluyó, ella estaba pensando en alguna otra cosa. Luego se ensombreció, fue un poco más atrás, cuando no vivía sola, hizo un recuento de las tres ocasiones en las que había convivido. ¿Había sido fiel? Solo a uno. El del medio. Y realmente le fue fiel al monstruo, de tal manera que jamás se le cruzó la idea, ni la imagen de otro en los dos años de catastrófica relación. Jamás.


Soy una mujer infiel, se planteó, sin embargo, si amara...


Pasadas las cuarenta y ocho horas, se despertó y se dio cuenta que no sabía si podía amar a uno que no fuera un monstruo, pero que lo intentaría, que bien valía la pena probar. Fue entonces cuando llamó a Sir y regresó a verlo, y a partir de allí se visitaron con bastante espacio entre visita  y visita, pero con una cierta cadencia. Con la siempre esgrimida teoría de que el que viene sin que lo inviten se va sin que lo echen, no dio ninguna explicación a toda la manga de paletos que la frecuentaban y se los quitó de encima con alguna evasiva mal planteada. Poco a poco fue contando sobre la existencia de Sir a su escaso círculo de amistades reales. Las reacciones fueron muy dispares. A los hombres les pareció fatal y a las mujeres tampoco.
A unos les pareció que Sir vivía demasiado lejos, a otros que venía poco, a otros les pareció que Milady bajaba demasiado, a unos pocos que Sir era viejo para Milady, y a otros muchos que Milady era joven para Sir, hasta hubo un caso que luego de recibir la noticia se persignó y le dijo algo así:madre de dios, no te preocupes esto se  pasará pronto y no te preocupes cuando eso suceda. Ante la buena acogida general, y que Sir era un tipo bastante hermético, la relación no fue llamada de ninguna manera, como si se hiciera un voto de silencio. Se le llamó tácitamente la relación sin nombre. Milady se siguió llamando Milady y Sir se siguió llamando como hasta el momento. Nadie del entorno de Milady  sabía como referirse a él, así que nadie preguntó. Y de no nombrarlo, se fueron poco a poco, a medida que iban pasando los meses, olvidando de su existencia, y de pronto, fue como si nunca hubiera existido.


Un buen día, Milady se despertó con una llamada de teléfono, luego revisó su correo y encontró un par de mensajes de origen e intenciones dudosas, por lo claras. Se alarmó, al darse cuenta que el silencio, estaba causando estragos, que ya lo daban por muerto, que si no tomaba las riendas de la situación en un par de días la situación se tornaría insoportable, pero tampoco podía decir que Sir era su novio, porque no se había hablado de que lo fuera en ningún momento, de hecho, parecía haber aversión a que lo fuera, pero no desde fuera, desde dentro. Una cierta distancia, un recordarse siempre que mejor no, y ella miró para otro sitio, no se sabe hacia donde y se olvidó de aclarar nada porque no sabía como hacerlo, ni lo que debía decir.


En menos de dos días las cosas se volvieron insostenibles.Lo que fue un chichoneo continuo de cara al público, se volvió subterráneo, comenzó a recibir unas tres o cuatro llamadas y mensajes privados cada día, de convite. Harta, asqueada, resentida incluso con Sir, siguió mirando hacia otro lado.


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Una tarde de sábado seminublado, de esas que invitan solamente a dormir la siesta o jugar a las cartas, encontrándose Milady plácidamente con el hijo en su salón, alguien llamó a la puerta. El niño salió corriendo a investigar quien era el visitante y regresó con un antiguo pseudo caballero que la visitaba con cierta asiduidad en un pasado no muy lejano. Con fastidio, nuestra amiga sirvió el te. El te se alargó cuatro horas, y hubo que servir la cena. Y cuando la sobremesa se alargó otras cuatro horas más, Milady, desesperada, se dio cuenta que no había escapatoria posible. Cuando el pequeño se durmió. Se quedó con el visitante que siempre parecía venir escapado de alguna época remota. Sirvió otro te, y luego de media hora de silencio absoluto por ambas partes, el hombre rompió el silencio: te quiero.


Estaba tan cansada, sin fuerzas, enfadada, incómoda. Lo miró sin inmutarse como si nadie hubiera dicho nada aun.
¿Dónde está toda mi experiencia al respecto? ¿A cuántos he evitado a lo largo de todos estos años?¿A cuántos les he dicho:me quieres, pues demuéstramelo? ¿Cuántos que te han dicho que te han querido te lo han demostrado realmente?
 Sintió ganas de gritar:vete, no te quiero, quiero a otro. Se dio cuenta que esa reacción era brutal y completamente desquiciada, que además en ese momento estaba sola, completamente sola, que estaba sola para afrontar los problemas de cada día, que a veces le dolía la situación, que se sentía despreciada. Se sentía despreciada por todos, por los que le decían te quiero y no lo demostraban y por los que no lo decían o si y se lo demostraban a medias. En los últimos días Milady había necesitado un abrazo.
Volvió a mirar al extraño al que conocía, moreno, bien plantado, un poco estúpido. Sonriendo, le respondió finalmente: ¿Sabes? Esta mañana se me ocurrió una extraña idea, que cuando uno no dice nada sobre algo que existe, es como si no existiera, y entonces, luego de mucho tiempo  que exista, si uno no lo mira, ni lo nombra, termina por no existir.


Dos minutos después lo despedía en el umbral con un hasta pronto, que esperaba ella fuera un año al menos, en lo más recóndito de su sensible corazón. Cerró la puerta y se dijo: menos mal, no era tan estúpido al final de cuentas.