15 de julio de 2012

Pequeñas muertes






Leí hace un tiempo algo sobre el orgasmo. Algo así como que el orgasmo era una pequeña muerte.También leí  otra cosa sobre la inmortalidad de las obras de arte. No recuerdo muy bien, pero dicho con mis palabras , era algo como que el artista moría pero su obra trascendía y por ende, trascendía la obra de esa persona más allá de su muerte. Supongo que por eso se suele decir que el arte es inmortal o trascendente. 
A mi me interesa mucho más lo del orgasmo. Lo reconozco, se debe en parte a que suelo escribir chorradas y tocar obras que si han perdurado, lo seguirán haciendo a pesar de mis buenas intenciones.

 Las buenas intenciones son muy peligrosas. Las ideas también. Creo que las ideas son más comprometidas que los ideales. Los ideales son una especie de compendio de ideas, que para ser reunidas han tenido que pasar por diversos filtros, las ideas son fogonazos individuales que si llegan a ser singulares y gozar del cierto privilegio de la novedad y la buena acogida de otros individuos, estos comienzan a sentirlas propias y  puede llegar a convertirse en hechos. Los hechos. Los hechos narrados, escritos, también trascienden. Pero en algún momento tuvieron que morir, es decir, murieron en el mismo instante siguiente al  que ocurrieron. 

Te estoy escribiendo esto porque hace un año que te estoy queriendo. Quería que supieras exactamente lo que estoy pensando en este momento. Por esta necesidad de la que hablaba en el primer párrafo, la de trascender más allá de las pequeñas muertes de los hechos del instante. 

No se muy bien si mi vida es vertiginosa y busco la quietud, o  por el contrario, mi vida es quieta y la vivo de manera vertiginosa, o alguna otra cosa que no se me ocurre o no percibo. 
¿Te has encontrado alguna vez en un sitio lleno de ruido intentando hablar con otra persona y no poder oírla tan siquiera? Yo escapo de eso. Busco poder oír lo que me dicen, leer lo que me dicen. Poder oír lo que me digo yo, poder leerme. 

Vamos a suponer que por alguna causa, dos personas, ajenas a mi persona  tienen una vivencia conjunta de la cual se deriva un hecho determinado. Y vamos a suponer que una de esas personas me cuenta la historia desde su perspectiva y  percepción. En el momento en el que yo abro los oídos, y escucho la historia, comienza a forjarse lo que será una tercera perspectiva y percepción de la historia en cuestión, ninguna de las tres percepciones tiene por qué ser verdadera, o mejor dicho, no es la verdad.  Tampoco busco la verdad, quiero decir, si buscara  la verdad,  realmente sería  una ingenua. No, yo me busco a mi misma, a mi propia percepción. La percepción consciente de hechos vitales. Por otro lado, vivo. Siento  que necesito llegar a altos grados de percepciones conscientes para luego  lograr desprenderme de ellas cuando yo lo quiera. Por ejemplo, cuando estoy contigo. Cuando solo somos tu y yo. Cuando no hay historia aparente o narrable. Cuando tengo un orgasmo contigo. 

Supongo que comprenderás que lo que te estoy relatando ahora mismo es algo muy claro. O por ahí no, por ahí lo concibes retorcido. Pero detente un instante, entorna los párpados y deja que tu mente evoque ese momento en el que sonrío, mientras una rendija de brillante luz se filtra por entre tus párpados, como aquella primera vez que mis palabras, que no hacían otra cosa que  intentar describirme,  te encandilaron. 

Yo soy más o menos como todo el mundo, con mis peculiaridades. Y por momentos, creo que soy feliz. 

Más allá de las infelicidades, de las pequeñas muertes, de la distancia, de las diferencias, de que tu hayas necesitado encandilarte para verme y que yo haya necesitado cerrar completamente mis párpados  para percibirte y luego abrirlos con otro panorama completamente diferente, desearía seguir  compartiendo tantos  buenos momentos contigo. 


1 comentario:

  1. Tus manos me dominan y aniquilan,
    me tumban sin piedad, me dan la muerte.
    Golpean, y a fe mía que tan fuerte
    que en su golpe tan cierto no vacilan.

    Me atrapan, me sostienen, me vigilan,
    dejándome así el alma, casi inerte.
    Me ahogan de tal forma, con tal suerte,
    que más que ahogar, parece que adormilan.

    Tus manos son, Milady, al fin mi vida,
    en las que sin consuelo me confío,
    pues no encontré jamás algo tan puro.

    Tus manos son mi patria, antes perdida.
    Mi meta, mi tesoro, y desafío,
    mi pasado, presente y mi futuro.

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