27 de abril de 2012

Hay veces en las que es mejor quedarse sin saber. 
Me sorprendió tu interés por el cómo. Aunque puedo suponer que luego te preguntarías el por qué. Pero déjame que te diga, que el cómo era algo que carecía totalmente de sentido estético, era algo chabacano. Pero el por qué no lo era. Imagínate que un día te levantaras, fueras a mear y luego te miraras al espejo y te preguntaras qué soy. Y sigues un poco más allá, y te encuentras una imagen vacía, que no te responde nada, solamente te mira, como si en verdad te conociera desde siempre. Luego sales a la calle y todo te da exactamente igual. Regresas a casa y escuchas una música emocionante y no sientes nada, absolutamente nada. Careces de deseo. No te emocionas. No tienes miedo. Todo es neutro. Lo bello y lo horrible sin ninguna franja que los divida. Eso me pasó a mi. Lo único que me parecía no haber perdido era la imaginación. La capacidad de crear. Quería crear un sistema para que los hombres amaran. Hacía unos años, había desarrollado una serie de investigaciones sobre el aprendizaje de la lectura musical. Se que si te lo explico, me comprenderás, porque tu has estudiado la teoría musical como yo, incluso más. Supón que lo que yo buscaba era que la gente que viniera sin saber el código en absoluto, es decir, que llegaran y vieran una partitura y no la diferenciaran de una página escrita en chino, en un año tocaran. Eso buscaba yo. Pero había una cosa más que yo no quería, no quería hablar. Lo que quería exactamente era, que entraran a la clase, se sentaran o se quedaran de pie, y en la primera hora de clase aprendieran a sostener el instrumento, soplar y contar, todo a la vez, evitando todo tipo de explicación intrínseca. No porque no pudiera explicar, eso a mi se me daba bastante bien, luego de años de didáctica, etc. Pero no quería, había llegado a la conclusión de que cuando hablaba, estaba premasticando la emoción. Cada clase era para mi un reto, todavía lo es. El primer problema que me encontré era el prejuicio de que hay que saber todo sobre algo para poder comprenderlo y reproducirlo. Me llegaban alumnos con unas listitas de tres a diez preguntas. No te das una idea de cómo me fastidiaba, no por que me preguntaran algo, si no porque estaban estorbando en mi investigación, si yo explicaba, me estaba haciendo trampa a mi misma. Opté por marearlos, es decir, el que venía con tres preguntas, se iba a casa solo con una a medio responder, ya que me pasaba los sesenta minutos íntegros de la clase en los prolegómenos. La clase siguiente regresaban como la clase anterior, con el papelito, y yo, efectivamente, tenía que retomar la explicación y perdíamos una segunda clase. Se aburrían soberanamente. Recuerdo que hubo uno que llegó la tercera clase, sacó el papel tímidamente y me miró aterrorizado. Cogí el papel, lo miré, lo hice un bollito y lo eché en la basura, luego, le dije: toca. Siempre me arriesgué, a que no volvieran, pero volvieron, los que me  interesaban. He sido muy afortunada. Soy atea, así que lo atribuyo al destino. Qué pasó con el que traía el papelito que terminó en la basura, pues muy simple, se dedicó a tocar, en tres meses tocaba melodías sencillas, pero de manera bastante fluidas. No soy alquimista, no puedo convertir  oro de una piedra, pero tampoco busco eso. Retomando lo anterior, el sistema para lograr que los hombres amaran, fue un fracaso. Por un motivo muy sencillo,la que no amaba era yo. Supongo que había amado, pero no había sido correspondida, incluso habiendo llegado a convivir con ellos,  no me habían amado. Por eso negué durante mucho tiempo que existiera el amor, eso era lo más fácil. Pero eso lo veo ahora, en ese momento, no lo veía, la imaginación y la omnipotencia, podían más. Así que utilicé a un hombre para el experimento, uno al que conocía bien. Un cínico. Comencé el experimento con él. Eramos amantes, así que lo tenía relativamente fácil, lo vacié. Lo agoté. El tío estaba exhausto. Recuerdo que un día, lo hice venir a verme tres veces. Para eso me tenía que inventar una cantidad de historias de lo más retorcidas que terminaban más o menos igual. Pero claro, tomé consciencia que un solo sujeto no me podía asegurar el éxito, necesitaba más. Así que acumulé tres, más o menos, es decir, de pronto eran cuatro o cinco, pero no tenía tanto tiempo, y me centré en tres. Tres que tenían un perfil de alguna manera similar, es decir, eran tíos que tenían exacerbada la parte sexual, y completamente empobrecida la parte afectiva. Como yo. Las idas y venidas se volvieron insostenibles, estaba completamente agotada y anémica, y las cosas comenzaba a parecerme que se me iban completamente de las manos, no había sido lo suficientemente lista como para buscar tres tíos que no se conocieran, y era un verdadero caos. Me sentía terriblemente frustrada, llamaban a cualquier hora,se escribían entre ellos, se peleaban, etc. Así que tomé la determinación que debía pasar a la  fase siguiente. Les había mentido, les había dicho que lo que yo buscaba,  era tener un grupo de amantes que no pretendieran tener una relación afectiva conmigo, y que fueran amigos entre si. Al comienzo les había parecido una idea brillante, pero con el tiempo ya no estaban tan seguros. En verdad, lo que les había parecido fenomenal en un principio, era que a la pregunta de(y te va a divertir esto, pero los tres por separado me la hicieron): ¿Podemos tener otras amantes? A lo que yo les había respondido: por supuesto que si, de eso se trata, de la "libertad". Que inocentes, al mes de comenzar estaban todos tan cansados que no podían casi ni ir a trabajar. Pasé a la segunda parte del estudio del  método. Corté con los tres. Les dije uno a uno, que no nos veríamos más. Por supuesto, no les dije que había cortado con los otros, es decir, corté de manera individual, y los dejé que pensaran lo que quisieran, pero agregué: pero no te preocupes, seguramente tus otras amantes, estarán mucho mejor atendidas. Luego, me senté a esperar. Me llamaron los tres. Me di cuenta que sin querer, les había creado una necesidad, y que en verdad lo que tenía que hacer era, cambiarla. Así que me llamaban por teléfono, venían a visitarme, o salíamos, cenábamos juntos, me contaban sus historias, yo les contaba las mías, y luego, si se había hecho demasiado tarde, los invitaba a que se quedaran a dormir conmigo, con una única condición, que no tuviéramos sexo. Y te preguntarás, a todo esto, que sentía yo. Pues yo, no sentía nada. Me había dedicado a estudiarles las reacciones. Conocía sus historias, sus obsesiones, sus temores, y si, les había cobrado un cierto afecto, pero nada más. Me alegraba si les salía algo bien, y me apenaba si tenían problemas, incluso familiares, pero cuando se iban, no me recordaba de ellos. Esto duró, no se exactamente, unos tres o cuatro meses, tal vez más. Y finalmente, mientras seguían las peleas, uno, se desmarcó y me dijo: te quiero.Y me pidió que dejara a los otros dos. Que ya no eran dos, porque uno de ellos era demasiado insistente con el tema sexual y no me servía para nada. Le dije que no, y corté definitivamente con él. El tercero y último, que estaba bastante a gusto con la situación y que parecía creer que iba a durar toda la vida, aunque tenía arranques de celos completamente injustificados para la manera en que estaba planteada la cosa, se encontró por última vez conmigo y cuando le pregunté si me quería, me respondió que no, a lo cual, le dije que lo dejaba para siempre. Lo curioso es que mintió. Un tiempo más tarde, me llamó y me lo dijo. No tuve valor para contarle lo que te estoy contando a ti. 
 Te conocí, digamos por correspondencia, en la primera fase de mi experimento. Me sorprendo al recordar aun, como durante una de nuestras primeras cartas, la que te escribí al notar un ligerísimo cambio de estado de ánimo en ti, que en ese momento supuse de manera equivocada que era una tendencia a la melancolía, el oirme una voz  interna diciéndome a mi misma: con este hombre, no querrías jugar jamás, y tampoco podrías. Viniste a conocerme cuando yo había dado por terminada la charada. 
 Hemos sido muy afortunados. Entre tu y yo, las cosas suceden de una manera tan distinta.  Y cuando me miro al espejo por las mañanas, ya no me pregunto qué soy.

4 de abril de 2012

Carlota

Hace aproximadamente un año, por esas casualidades de la vida, trabé amistad con Carlota. No me cayó demasiado bien al principio, probablemente porque percibí enseguida su mal humor, camuflado tras una sonrisa radiante, esa eterna candidez del hemisferio sur que viene, en general, acompañado de unas nalgas generosas y firmes que adornan el resto de sus apariencias resultonas. Luego la fui conociendo mejor, y me di cuenta que en Carlota, el mal humor estaba más que justificado.  


Me pasa de todo, me refirió un día de lluvia, estoy rodeada de torpes. 


Tenía razón, había tenido tanta mala suerte en el amor, que entre sus anécdotas, narradas  a borbotones, adormilándome sin remedio, lograba visualizarla como una flor de cactus. A veces me preguntaba por qué Carlota había sido tan infeliz en el amor, por qué solo había encontrado pinches en su camino, me consolaba pensar que era feliz a pesar de. Es curioso encontrarse muchas veces con gente que no han tenido en sus vidas más que adversidades y, sin embargo, viven con alegría, con emoción como si todo, o casi todo fuera maravilloso. En uno de nuestros encuentros me habló de su ex marido,  un verdadero monstruo, del que se había divorciado porque la maltrataba. La joya, el último verano, había secuestrado al hijo de ambos para finalmente devolverlo, supongo yo que porque el niño tenía un temperamento que desgastaba. Le pregunté que por qué no lo enviaba a la cárcel, quitándose así, al menos, un engorro de encima,  y me respondió ausente, que eso, también sería un engorro.
Fomento las amistades erráticas y dejamos de vernos por un tiempo,  hasta hace unos días, que creí verla frente al escaparate de una tienda y como no era ella, decidí llamarla para ver qué tal iba su vida. Se alegró mucho al oírme, o eso quiero pensar, porque con Carlota, nunca se sabe.


Nos encontramos en un café, y luego de ponernos al tanto de lo que nos había acontecido en el tiempo de stand by, sonriendo me dijo: conocí a un hombre. En un primer momento no supe si alegrarme o agarrarme la cabeza. Otro cactus, se me escapó. La divirtió el asunto, y le tuve que explicar mi teoría de la flor de cactus, rodeada de pinches. Casi sombría, lejana de su sonrisa rutilante, murmuró: no... Y quedando tácito el pero, la miré interrogante.
¿Sabes qué pasa?, prosiguió, hay pocos hombres que comprenden a las mujeres, y ésto, me parece, que se debe a que no  tienen el menor interés en comprender. 


En este punto, ya no tenía la menor idea de hacia dónde iba la conversación, creo que me distraje porque al decir ésto, Carlota agitó la cabeza y apartándose el cabello con coquetería, dejó a la vista una de sus orejas en la que llevaba un  pequeño zarcillo con forma de flor. 
¿En comprender qué cosa? Pregunté, con la esperanza de que repitiera así, el quid de la cuestión.


Muchas cosas, imagínate, que tu y yo tenemos una relación. Nos queremos, y aunque no tenemos ni idea hacia dónde nos dirigimos con exactitud, lo cierto es, que vencemos las distancias, los obstáculos que se nos presentan, y seguimos hacia ese sitio incierto. Incluso, habiendo sido antes, maltratados, ofendidos, engañados, no nos importa, vivimos el presente como si nunca nos hubiera pasado todo aquello. 
Seguía sin comprender, es más, me parecía que lo que me contaba, era hasta alentador, mi  linda amiga a la que habían, engañado, maltratado, y estafado una y otra vez, se enamoraba de un hombre que la correspondía, y él, que parecía haber podido superar que su ex mujer le pusiera los cuernos con su mejor amigo. Un canto a la esperanza. Me estaba contando todo esto y volqué el segundo café. La observé frenética limpiar la mesa y me di cuenta que había algo que la inquietaba. Una discusión mal entendida, me dijo luego. No quise preguntar, de todas formas, no era mi problema en verdad.
La acompañé al metro, y mientras caminábamos, en un Madrid otoñal en plena primavera, me confesó:


Me aterroriza el hecho, de que los hombres no comprendan que el corazón de una mujer es tan sensible como un pezón. Que cometan la  torpeza de dejar la puerta abierta a otros, interpretando el temor que ésto  genera  por la indelicadeza, con una escena de celos. 


No se a qué se refería, pero supuse que era algo muy importante e intrínseco. La próxima vez que la vea, espero que no lleve pendientes.