4 de abril de 2012

Carlota

Hace aproximadamente un año, por esas casualidades de la vida, trabé amistad con Carlota. No me cayó demasiado bien al principio, probablemente porque percibí enseguida su mal humor, camuflado tras una sonrisa radiante, esa eterna candidez del hemisferio sur que viene, en general, acompañado de unas nalgas generosas y firmes que adornan el resto de sus apariencias resultonas. Luego la fui conociendo mejor, y me di cuenta que en Carlota, el mal humor estaba más que justificado.  


Me pasa de todo, me refirió un día de lluvia, estoy rodeada de torpes. 


Tenía razón, había tenido tanta mala suerte en el amor, que entre sus anécdotas, narradas  a borbotones, adormilándome sin remedio, lograba visualizarla como una flor de cactus. A veces me preguntaba por qué Carlota había sido tan infeliz en el amor, por qué solo había encontrado pinches en su camino, me consolaba pensar que era feliz a pesar de. Es curioso encontrarse muchas veces con gente que no han tenido en sus vidas más que adversidades y, sin embargo, viven con alegría, con emoción como si todo, o casi todo fuera maravilloso. En uno de nuestros encuentros me habló de su ex marido,  un verdadero monstruo, del que se había divorciado porque la maltrataba. La joya, el último verano, había secuestrado al hijo de ambos para finalmente devolverlo, supongo yo que porque el niño tenía un temperamento que desgastaba. Le pregunté que por qué no lo enviaba a la cárcel, quitándose así, al menos, un engorro de encima,  y me respondió ausente, que eso, también sería un engorro.
Fomento las amistades erráticas y dejamos de vernos por un tiempo,  hasta hace unos días, que creí verla frente al escaparate de una tienda y como no era ella, decidí llamarla para ver qué tal iba su vida. Se alegró mucho al oírme, o eso quiero pensar, porque con Carlota, nunca se sabe.


Nos encontramos en un café, y luego de ponernos al tanto de lo que nos había acontecido en el tiempo de stand by, sonriendo me dijo: conocí a un hombre. En un primer momento no supe si alegrarme o agarrarme la cabeza. Otro cactus, se me escapó. La divirtió el asunto, y le tuve que explicar mi teoría de la flor de cactus, rodeada de pinches. Casi sombría, lejana de su sonrisa rutilante, murmuró: no... Y quedando tácito el pero, la miré interrogante.
¿Sabes qué pasa?, prosiguió, hay pocos hombres que comprenden a las mujeres, y ésto, me parece, que se debe a que no  tienen el menor interés en comprender. 


En este punto, ya no tenía la menor idea de hacia dónde iba la conversación, creo que me distraje porque al decir ésto, Carlota agitó la cabeza y apartándose el cabello con coquetería, dejó a la vista una de sus orejas en la que llevaba un  pequeño zarcillo con forma de flor. 
¿En comprender qué cosa? Pregunté, con la esperanza de que repitiera así, el quid de la cuestión.


Muchas cosas, imagínate, que tu y yo tenemos una relación. Nos queremos, y aunque no tenemos ni idea hacia dónde nos dirigimos con exactitud, lo cierto es, que vencemos las distancias, los obstáculos que se nos presentan, y seguimos hacia ese sitio incierto. Incluso, habiendo sido antes, maltratados, ofendidos, engañados, no nos importa, vivimos el presente como si nunca nos hubiera pasado todo aquello. 
Seguía sin comprender, es más, me parecía que lo que me contaba, era hasta alentador, mi  linda amiga a la que habían, engañado, maltratado, y estafado una y otra vez, se enamoraba de un hombre que la correspondía, y él, que parecía haber podido superar que su ex mujer le pusiera los cuernos con su mejor amigo. Un canto a la esperanza. Me estaba contando todo esto y volqué el segundo café. La observé frenética limpiar la mesa y me di cuenta que había algo que la inquietaba. Una discusión mal entendida, me dijo luego. No quise preguntar, de todas formas, no era mi problema en verdad.
La acompañé al metro, y mientras caminábamos, en un Madrid otoñal en plena primavera, me confesó:


Me aterroriza el hecho, de que los hombres no comprendan que el corazón de una mujer es tan sensible como un pezón. Que cometan la  torpeza de dejar la puerta abierta a otros, interpretando el temor que ésto  genera  por la indelicadeza, con una escena de celos. 


No se a qué se refería, pero supuse que era algo muy importante e intrínseco. La próxima vez que la vea, espero que no lleve pendientes.

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