25 de junio de 2011

Vivo fascinada por el género masculino en general. No pierdo la capacidad de asombro, ante la simplicidad con la que enfrentan temas complicados y la complicación con la que intentan resolver problemáticas simples. Claro que debo admitir que existen diferencias abismales entre cada individuo, me he encontrado con muchos puntos en común. El otro día lo comentábamos con una amiga y cuando le dije esto de la complicación, blablabla, me pidió que le ejemplificara. Gozo ejemplificando, porque es una manera de narración en voz alta. Además para dar ejemplos uno tiene que recordar, y si se trata de una ejemplificación con un fin estadístico, también hay que asociar los recuerdos, buscar coincidencias, incluso cuando no existen. En ese momento, la verdad,  no pude dar ni un solo ejemplo, ni uno. Me quedó una sensación de insatisfacción y me bebí un segundo café. Y de pronto, se me vinieron a la mente varios sucesos, totalmente deshilvanados de mi pasado con diversos sujetos y creí comprender por un momento, que todos los hombres que había venido conociendo ante la simple, concreta, afirmación de un "te quiero", parecían tambalearse como si se hubiera producido de golpe un terremoto de magnitud 9.
Noté que mi amiga me miraba consternada del otro lado de la mesa,  al oírme decir lo que acabo de escribir más arriba. Y me enterneció. Supongo que un poco, porque su historia tenía mucho que ver con lo que estaba escuchando, y sin embargo me preguntó si esta era la situación simple o la compleja. Dudé un poco, pero finalmente dije que la segunda. Hay cierta complejidad en afirmar que uno quiere y el querer en sincronicidad, me parece algo realmente quimérico. Lo que para mi  existe es la autosugestión y la psicosis colectiva pero de a dos. Se conocieron, se enamoraron, se fueron a vivir juntos.  Luego de un par de años, con suerte, ya no se podían ni ver, se tiraban los platos por la cabeza, discutían sobre cosas indiscutibles, y finalmente cada uno siguió por su lado.


-¿Y entonces?


Por eso mismo, me fascinan las mujeres, porque preguntamos sin temor. Y entonces, me parece que lo que pasó en verdad fue otra cosa. Creyeron conocerse, uno de los dos se autosugestionó, por lo que fuera, por atracción física, por conveniencia, por miedo a la soledad, por joder, etc. que la otra parte era el amor de su vida y que no podían vivir el uno sin el otro, y el otro, cedió, ya por atracción física, ya por debilidad, ya por conveniencia o simplemente porque no tenía nada mejor que hacer en ese momento.
Y aquí voy a hacer un paréntesis, y un poco de autocrítica. He convivido en cinco ocasiones. Dos de las cuales fueron a la vez. Es decir, vivíamos tres bajo un mismo techo. Otra fue absolutamente monógama de la que nació mi hijo, y quitando el hijo, todo lo demás fue horroroso. La cuarta fue una convivencia monógama y no se bien como definirla porque duró un año en el cual, lo único que recuerdo es que salía de la cama para trabajar, trabajo en casa, así que salía de la cama y bajaba por las escalera y luego volvía a subir. Y la última fue una relación monógama  en un principio y célibe que terminó con un cúmulo de subrelaciones enfermizas y enfermantes. Vale, muy bien, seguramente el que lee pensará, has elegido mal. Sobre todo si es hombre. No viene al caso, porque estoy haciendo una autocrítica. Me he autoflagelado bastante ya, y al día de hoy, pienso en hoy. Con respecto a los dos primeros, guardo un buen recuerdo sin embargo se que realmente solo quise a uno y curiosamente no era, el de cara al público.No era el violinista petulante y guapo al que yo quería, con quien esperaba dormir, era al otro, un estudiante de filosofía, inestable y cinéfilo, que cuando le dije que me iba de esa casa de locos, me pidió que me fuera con él y le dije que no. Por qué, por qué si realmente lo amaba, hasta que dolía, le dije que no. Ahora lo se. Era un ser libre. El otro no, el otro era un ser atado por si mismo, por su propio egoísmo, egocéntrico y semi impotente. Le dije que no a Marcelo, simplemente porque lo amaba. Hace unos años lo volví a ver, la última vez que viajé a Buenos Aires, en diciembre de 2005, paseamos por la Plza de Mayo con  David en cochecito y en un momento, recuerdo que me dijo, podría ser hijo mío, y yo, le recordé que no.
Del padre de David, solo queda David, y el recuerdo de una atracción física absurda, un flechazo en la que se basó un matrimonio con maltrato físico. Y es curioso, porque no lo amé, pero sí amo a David.
El cuarto un francés burgués que escribía no se bien qué. No me enteré, porque como dije antes, no salimos de la cama.
Y el quinto otro francés, pero de índole semi proletaria, buen tío pero incapaz como marido(de cualquiera).
A los franceses los conservo como amigos. Los cinco sin embargo, son unos perfectos desconocidos para mi hoy. Seguramente a todos y cada uno en su momento, les dije te quiero, pero no era verdad. Era posiblemente autosugestión.
Ahora mismo, cuando digo te quiero, se que estoy autosugestionada y nada más. Y rescato el erotismo del instante.


Miré a mi amiga y le dije, rescato el erotismo del instante. Ese instante simple, en el que él y yo nos quitamos la ropa y nos quedamos mirándonos esperando unos segundos ver realmente quién es el otro, más allá del reflejo, más allá de las palabras, sin autosugestiones, sin nada.

1 comentario: