5 de junio de 2011

Mariposa


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Es primavera, pero hace frío. Yo siento frío siempre, incluso a cuarenta grados. Siempre me dicen que debo tener problemas circulatorios, pero no les creo. Creo que se debe más a otra cosa. Algo así como una desazón constante, como si viviera en la estepa,  no importa el lugar geográfico en el que me encuentre. Y cuando miro, entorno las pestañas como si una luz blanca me encegueciera y no me dejara ver más allá. 

Más allá estabas tu.  

¿Por qué le echas edulcorante al café? Yo le echo azúcar. Nunca te lo he preguntado. De todos modos, no es importante.  Nada es importante entre nosotros. 

Hubo días en que me planteé esto de manera recurrente, y llegué a esa penosa conclusión. Esa, la de que no compartíamos nada muy importante y nunca lo compartiríamos. 

Un hombre y una mujer que se conocen por coincidencia y repetición en un punto geográfico determinado, a miles de  kilómetros de sus lugares de origen.  Posiblemente sea esta la coincidencia entonces. Podría ser, no se me había ocurrido. Bueno, y el café, que tu lo bebes con edulcorante y yo, con azúcar. Porque en lo demás, no. Y tu  tienes una niña y yo un niño de la misma edad. Y ambos tienen sangre eslava. Porque aunque los búlgaros son balcánicos, escriben en cirílico, y  no soy eslava, pero entorno las pestañas cuando miro hacia delante, como si me cegara la estepa, y aun así, debo continuar andando a través de ella. 

Dos cafés, un punto geográfico determinado y coincidente,  un niño y una niña eslavos.

Nunca he conocido un hombre que sonría. Tu tampoco sonríes. 

Hoy no solamente no sonríes frente al café, también me cuentas que cada vez te es más difícil vivir. Que sobrevives. Intento comprenderte, ponerme en tu lugar y como no lo logro, te digo simplemente que sí con la cabeza, y se me pierde la mirada muy lejos, e intento divisar algo, que no se qué es, no se cómo se llama, y no se dónde está, pero es suficiente para que me preguntes en qué pienso, y como no puedo decirte que simplemente vivo, no te digo nada. 


Sigues hablando y te oigo lejano, pronunciando la palabra mariposa. 

Existen  palabras que actúan como  detonante para que automáticamente vuelva a posar mis pies sobre la tierra, no se qué palabras son. Hoy solo sé  que en este momento es la palabra mariposa. 

Estratégicamente repetí la palabra mariposa, para que la repitieras tu, y me volvieras a contar la misma historia una vez más. Como nunca estoy, he descubierto estos mecanismos, si uno repite una palabra que recién ha sido dicha con una entonación interrogativa que linde con la incredulidad, generalmente necesita recuperarse el contexto en el que ha sido pronunciada. 

Entonces recuperé el contexto de la mariposa. Tu, sobreviviendo en un mundo hostil, sin amor, inhumano, y una mariposa de colores, en un frasco.

Y me angustié, porque pensé que era cruel la historia, que por qué las mariposas tenían que estar encerradas en frascos.

Y no lo dije, pero creo que se me nubló la vista  al mirarte, y entonces, terminaste la historia. La mariposa era a pilas. Una mariposa de colores, a pilas, encerrada en un frasco. Porque en esta ciudad no hay mariposas, y  mi hija nunca ha visto una, te oí decir. 

Me dejé caer en el vacío nuevamente, intentando escapar de esta ciudad, dónde  los niños, no conocen las mariposas, y de ti mismo, que como las conoces, las añoras.  






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