23 de junio de 2011

La Tiranía del Amor


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Una mañana de enero, cuando las cosas parecían no poder irle peor,  salió aturdida a la superficie y al frío en la estación del metro Sol, preguntándose qué había hecho mal, y como desvariando, se perdió en una calle lateral a manera de metáfora de su propia existencia.Todos los caminos conducen a Roma, pero aquella mañana solo llegaban a la Pza Benavente. Se metió en el café de diseño de la esquina perseguida por sus  problemas económicos y el desamor. Se encaminó hacia el fondo y subió por las escaleras hacia el salón superior que se encontraba vacío y parecía más apropiado para cobijarla en la soledad. Junto a la ventana, enumeró los meses que habían pasado desde la ruptura con el que habría sido de otra manera su último y seguro fallido matrimonio. Seis. Seis meses exactos. Era injusto echarse la culpa de que las cosas hubieran salido tan mal. No, esta vez las cosas estaban claras como el agua, y que la ruptura hubiera sido enturbiada por una infidelidad por su parte, no era más que esas burlas del destino que se nos ríe en la cara mientras nos recuerda, el mal siempre triunfa. Si no es así, alguien debería haberle podido explicar en ese momento por qué, en vez de haber encontrado amor  en el amante, ya que había recibido lo contrario del marido potencial,  había seguido siendo premiada con lo mismo o peor. 

-¡Hola, buenos días!

La voz le sonó como un despertador a una  hora de haberse dormido,  miró azorada al interlocutor y comprendió que era una táctica comercial de los establecimientos de diseño para hacer sentir a los clientes que había llegado el gran momento de la consumisión. 

-Necesito un café.
-Perfecto, te haré el mejor café que hayas probado en tu vida.

Mientras se quedaba alelada por la sonrisa del personaje, se preguntó en qué términos en el contrato le habrían hecho firmar el ítem de la sobreactuación. Pero cuando ya completamente aturdida le oyó decir:
-¿No te quitas el abrigo?Aquí la calefacción  está a tope. Y lo volvió a ver sonreír, se dio cuenta que algo no estaba yendo bien. Igualmente se quitó el abrigo, más que nada por vergüenza. 
Seguramente se había ruborizado, siempre lo hacía, los italianos siempre la ponían nerviosa, acababa de pasar la noche con uno, un amigo del amante que no la amaba. Solo que este italiano, el del buenos días, era moreno, de facciones menos finas e insultantemente atractivo a semejantes horas de la mañana. 
El humeante café es una especie de elixir si está bien hecho.El café italiano es así, pero lo sirven en proporciones tan pequeñas, que si tienes la vida desbalanceada, no alcanza para que surta  efecto. Lo sabia y lo bebió de a pequeños sorbitos mientras hacía cuentas mentales para ver si llegaba a fin de mes. Entonces, el italiano, sentándose frente a ella, sin sonreír ya, y dejando de lado la estrategia comercial la miró y le preguntó     si el café estaba bueno. Asintió, y deseó que la dejara tranquila, tuvo ganas de decirle que se lo iba a pagar igualmente, estuviera bien o no, que en general los cafés aunque fueran brebajes más que cafe, si uno entra solo a bebérselos, no termina hablando con un italiano por un euro con treinta céntimos. Pero claro, también estaba lo otro, eso que está ahi siempre en estos casos, importando poco  la nacionalidad. 
Ella decidió que era mejor emprender la retirada y rebuscando las monedas comprendió que mejor abandonar el esfuerzo cuando él, con  un gesto otra vez exagerado le hizo comprender que no le iba a cobrar. Subítamente lo llamaron desde las escaleras y se fue dejándola y sin haberla engañado ni confundido en lo absoluto con el buen gesto, ella  le garabateó su número de teléfono  en una servilleta y se fue.

A partir de ese día, ella recibió un mensaje cada vez que él la recordaba, y una llamada perdida cuando salía para ir a dormir con ella. Duró tres meses hasta que él se fue a trabajar a Florida. Las cosas buenas duran poco, como el café italiano, que lo sirven en pequeños pocillos  y cuando lo cobran es carísimo. Por eso hoy, tres meses después de haberse despedido,  cuando a las 4.30 de la madrugada recibió una llamada perdida de él, desde Miami, se sonrió y pensó: tendré que beberme muchos para que el elixir surta efecto. 





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