25 de agosto de 2011

Trobairitz







En ese preciso instante en que el sueño, nos deglute o nos expulsa definitivamente, obligándonos a adentrarnos en nuestros propios devaneos diurnos, completamente indefensos, o por el contrario, condenándonos a continuarlos en vigilia,ahí me encontraba yo.


No puedo decirte qué fue lo que pasó.¿Sabes? Existe un punto de inflexión. Pero no me refiero a lo que te estaba contando del sueño, me estoy refiriendo a otra cosa. Como aquella noche, también me refería a otra cosa.


No puedo asegurar en qué  momento fui capturada exactamente, pero ciertamente solo una brisa agitaba     mis cabellos suavemente, así que es imposible que alguien más estuviera allí. Y sin embargo, de pronto, me pareció oír algo, una especie de gemido muy tenue, un llanto tal vez,  pero tenía palabras ininteligibles.


No sentí miedo, pero sí  puedo decir que me inquietaba la procedencia de aquel ...canto, eso era, un canto sollozante impalpable.


-"Espero de corazón que no sea como aquella vez que oí llorar a alguien pidiendo auxilio, y tuve que rastrear en dónde estaba, y salí en plena madrugada   en camisón y descalza a recorrer el edificio, descubriendo que no había puertas en los sitios que se esperaba que estuvieran, y que no pude hacer más que deambular tanteando los muros hasta que  finalmente el llanto cesó, y regresé a la cama sin poder  saber qué era lo que había pasado, porque no supe de dónde  ni de quién provenía la llamada de auxilio."


Agucé el oído y me pareció que provenía de mi ventana, me acerqué y no vi nada, pero entrecerrando mis ojos me pareció distinguir algo en el alfeizar, por fuera. Una figura sentada. Eso tenía que ser, alguien sentado en mi ventana. Para que no se asustara y se cayera, me acerqué sigilosamente y sin descorrer las cortinas, me acurruqué bajo la ventana, para ver y oír mejor.
Cantaba, eso era lo que hacía. No se en qué idioma lo hacía, pero pude entenderla, porque era una mujer.
Le cantaba a alguien. Un hombre, que ya no la amaba (había otra), le decía amigo, pero estaba muy enfadada con él, y sin embargo, aunque orgullosa, era la manera de decir tan pausada y exquisita, que el orgullo y el despecho quedaban escondidos tras la desolación.



-"Deben ayudarme mérito y nobleza 
Y la belleza y aún más la sinceridad de ánimo, 
Por ello os mando allá donde moráis 
Esta canción, que sea mi mensajera; 
Y quiero saber, mi gentil y bello amigo, 
Por qué sois tan altanero y cruel conmigo: 
No sé si por orgullo o mal talante.

Más aún quiero que os diga el mensajero: Por demasiado orgullo mucha gente ha sufrido gran daño."





¡Una carta! ¡Eso era lo que cantaba, cantaba una carta!... Me erguí lentamente y descorrí con suavidad la cortina que nos separaba. Giró levemente la cabeza hacia mi, y sin dejar de cantar, me sonrió.
Aunque concluyó, la música aun pareció seguir vibrando, y le tendí la mano, que estrechó.


-"¿No habías preguntado por mi? Aquí estoy."


No recordé  haber preguntado por ella, porque no tenía ni idea de quien era, no la conocía. ¿Cómo puede uno preguntar por alguien a quien no conoce?. Se lo dije torpemente y me explicó pacientemente:


-"Sí que has preguntado, por eso he venido, ya casi nadie pregunta por mi. ¿No me reconoces? Soy La Condesa de Día".


No pude con mi genio y casi reí, La Condesa de Día me viene a visitar en plena noche,que colosal,  pensé.  Pero me contuve, a una no la viene a visitar a su ventana una Trobairitz de la Aquitania del siglo XII cada día. Interrumpió con su sugerente voz mis elucubraciones humorísticas introspectivas.


-"He venido desde muy lejos, solo podré responderte una pregunta y luego tendré que regresar  al sitio de donde provengo."


Cuando uno no espera a alguien , a quien  en su momento ansió conocer o encontrar, y de pronto, lo tiene frente a sí, parece aturdirse y no reconoce lo que motivaba el deseo original del encuentro. Esto fue exactamente lo que me pasó. Afluyeron a mi cabeza posibles preguntas a borbotones, pero como solo era posible que una sola fuera respondida, todas parecían perder el sentido. Juntando fuerzas e intentando que no me dominara la codicia, sin lograrlo, pregunté:


-"Beatriz, quiero saber todo de ti. ¿Quién eres?"


Me volvió a sonreír, respondiéndome:


-"¿Por qué me llamas Beatriz? Soy la Condesa de Día, escribí bellas canciones, porque amé."


Me extendió la mano, esta vez ella a mi,  y mientras se la estrechaba, comprendí, que es mejor no hacer dos veces la misma pregunta.


En ese preciso instante en que el sueño, nos deglute o nos expulsa definitivamente, obligándonos a adentrarnos en nuestros propios devaneos diurnos, completamente indefensos, o por el contrario, condenándonos a continuarlos en vigilia,ahí me encontraba yo. Me di vuelta en la cama para estrecharte, y no te encontrabas junto a mi, por eso mismo, recordé aquella pregunta que te hice sobre Beatriz de Día,  te preguntaba por ti, aunque no te lo dije. Confío en que  ahora, te habrás dado cuenta.




































No hay comentarios:

Publicar un comentario