13 de agosto de 2011

Marta

En el centro de Madrid, exactamente en una de las salidas del Metro Sol, hay una calle que se llama Carretas, si uno camina por esta calle, dejando la estación Sol tras de sí, con dirección a la calle Atocha, en una esquina, se encuentra con Pontejos. Pontejos es una tienda antigua de esquina, grande, pero aparentemente normal, que tiene dentro, un estallido de tiendas que venden cualquier cosa que uno busque para la costura.¡Es magnífico! Me gustaría que los que lean esto, y no viven aquí, y no han venido(aun), pudieran sentir lo que yo sentí la primera vez que entré allí, imagínense, una orgía de botones de todos colores en exposición, cordones de diferentes anchuras, rojo bermellón, esqueletos de broches de todos los tamaños posibles e imposibles para realizar todo tipo de adornos, hilos, telas con sus diversas texturas, y la gente apiñada, que parece que van a quedarse sin la hebra que van a buscar, pidiendo la vez a los gritos, aunque cada pequeño puesto tiene su maquina con números. Ni la vez, ni los números, logran impedir que los clientes se peguen codazos, se peleen, intenten colarse, quiero decir, dejen todas sus miserias a flor de piel. Es un sitio maravilloso. Produce un poco de aturdimiento estar ahí, porque claro, uno entra y cree saber cuándo va a salir, pero en cuanto toma contacto con la profunda idiosincrasia del sitio, se da cuenta que ha cogido el número del puesto de al lado, es decir, que si fue a por hilos, el número que tiene es el de los botones, y que mientras se dio cuenta de esto, una señora muy gorda con cara de absoluta inocencia y muy malas intenciones, se ha adelantado, uno ya ha perdido media mañana y se ha olvidado qué era realmente lo que lo había movilizado hasta allí. ¡Fantástico!


Yo no coso ni un botón.


La calle que une la estación de Metro Sol con el Metro Ópera, se llama del Arenal, hace muy poco la han hecho peatonal y es bastante concurrida, muy concurrida. Pero las calles que la cortan, siempre están desiertas. Como agujeros negros transitables. En una de estas calles,  creo que se llama de los Bordadores, hay una pequeña librería  de usados que me gusta visitar de vez en cuando, en especial en invierno. Creo que porque lo hago luego de tomarme un cortado en El Café del Real, que se encuentra ubicado frente al Teatro Real.


La última vez que estuve allí, hacía mucho frío, pero estaba soleado, así que no me resultó para nada raro al entrar en la pequeña librería que el librero no estuviera allí, recuerdo que pensé: " ¿Para qué va a molestarse en cerrar la puerta al irse a tomar un café en este siglo?¿ A quién le puede interesar  una tercera edición de Chaucer en pleno siglo XXI?...pssss!"


Por qué habré pensado en Chaucer...¡Ah, si!Porque ni bien entré, hice lo que hago habitualmente, mirar la mesa central que ocupa casi todo el local que es muy pequeño y luego volverme hacia las estanterías que cubren casi completamente las paredes, y escoger  un libro sin mirar qué es, abrirlo y leer, y esa mañana, casualmente cogí a Chaucer, recuerdo que leí en las primeras páginas un párrafo del Cuento del Caballero que decía: "...¡Maldito sea aquel infausto día! Todas las que aquí sollozamos, vestidas de negro, perdimos a nuestros esposos durante el asedio de la ciudad. ¡Ay de nosotras! En este preciso momento, el anciano Creón, ahora señor de Tebas, lleno de cólera e iniquidad está deshonrando sus cadáveres: con desprecio tiránico ha hecho amontonar los cuerpos degollados de  nuestros esposos y no quiere ni oír hablar de quemarlos o de darles sepultura, sino que, lleno de desprecio, los arroja a los perros para que los devoren."


"¡Qué mal gusto!", pensé, "con lo apacible que es este sitio,y  leyendo sobre cadáveres amontonados..."




Me recorrió un frío por la espalda, y cerré el libro con brusquedad.



Lo que más disfruto de este paseo ritual, es la tranquilidad de poder revolver, hojear y volver a su sitio los libros. Nunca me llevo ninguno, total, no creo que nadie haya comprado un libro jamás allí, es más, el librero, siempre está sentado en un rincón, detrás de un pequeño escritorio antiguo leyendo como si estuviera dibujado, ni levanta la vista, ni saluda.  No sé si es para no ponerlo a uno en el compromiso de llevarse algo, o por simple mala educación. "Por cierto, ¿dónde estará?"me dije a mi misma, mientras con dificultad ya que llevaba puestos mis guantes, cogí otro pequeño volumen, esta vez de Poe, lo abrí y leí: "¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación."


"¡Madre mía!, El Gato Negro, vaya mañanita truculenta que llevamos, menos mal que estoy en el centro de Madrid y no en Transilvania!" 




Estaba tan exaltada por la coincidencia que me pareció oír un ruidito. Tranquilamente, deposité el libro en el estante y me dediqué a ver un libro de grabados eróticos para distenderme. Luego me distraje con uno de recetas de cocina con fotos y sentí hambre. Para terminar la visita me consagré a la mesa central, con unas revistas que parecían de papel biblia, y que tenían fotos o algo así. Y entonces, me di cuenta que en el otro extremo de la mesa, había un libro casi miniatura, azul, que parecía el gemelo de uno que había en casa de mi abuela, que tenía el significado de los nombres. Debía cogerlo y buscar mi nombre y leer su significado como hacía cuando iba a visitarla. Si era el gemelo, lo compraría, sería la primera y última vez que alguien compraría un libro allí. Prácticamente me abalancé, mi corazón parecía que iba a salirme por la garganta, di la vuelta a la mesa intentando no golpearme con nada y cuando iba a hacerme con él, sentí que pisaba sobre una superficie que no era del todo plana, medio me tambaleé, y airosamente mantuve el equilibrio. Miré hacia abajo, ya que supuse que  algún descuidado había dejado caer un libro sin molestarse en recogerlo y volverlo a su sitio,  y me sorprendí al encontrar un zapato. Me agaché a recogerlo y pude ver que exactamente, en el lado opuesto a donde había estado todo ese tiempo, semi oculto bajo la mesa, yacía el librero, boca arriba,  con los ojos abiertos, con un ancho cordón rojo anudado al cuello y respirando débilmente,  aún. Sentí que mis globos oculares podían saltar en cualquier momento de sus cuencas, y me obligué a pestañear, mientras, sigilosamente, me acerqué a él, temiendo  sobresaltarlo, y matarlo del susto.


Me senté a su lado, y cuando pude recobrar mi entereza de espíritu, lo miré desde arriba, sin decirle nada. Fijó sus ojos en los míos  e intentó decirme algo. Se me cruzó la estúpida idea que le molestaba el cordón,  se lo quité y me lo guardé en el bolsillo. Pareció agradecérmelo, y haciendo un gran esfuerzo susurró: "Ha sido Marta, ella..." Y se quedó mudo, y ya no respiró.


Me quedé sentada, en actitud solemne, que era lo que me pareció  se hace habitualmente en estos casos. Luego me erguí, tampoco era cosa de perder allí toda la mañana. Cogí el pequeño libro de los nombres, lo hubiera comprado, pero ya no tenía dueño, y además, tampoco sabía el precio. Me lo metí en el bolsillo, donde antes habia colocado el cordón que seguro lo habían comprado en Pontejos, salí a la calle, y regresé tranquilamente a perderme entre la gente en  la calle del Arenal. ¿Qué podía hacer? Que yo hubiera estado allí había sido una  mera  coincidencia, como llamarme Marta.




A Marta.













3 comentarios:

  1. Muchas gracias por acordarte de mí y por permitirme un huequito en tu vida y proyectos.

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  2. Me siento orgullosa y alagada por formar parte de tus proyectos. Como bien anuncia el libro de los nombres, Marta es toda una señora y como tal siempre se compoporta ;)

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  3. Gracias a ti Marta, sí, eres una señora, pero entre otras cosas, muy joven(ahora es cronológico y con los años lo serás de espíritu, y aclaro que no considero la vejez algo malo, una etapa con sus cositas buenas y malas como todas, y espero que todos llegaremos), chispeante e inspiradora. Un abrazo.

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