25 de julio de 2011

Sensaciones

Cada vez más, pienso que una cosa es el personaje, y otra muy distinta es la persona. Lo pienso sobre mi, claro está. Como soy multifacética, más que un personaje tengo varios, pero persona, soy una sola. Y es curioso, porque no se corresponde para nada con los personajes en la mayoría de los casos, pero hay veces que si. 
Me siento arrastrada cuando dejo que domine el personaje a poner música de fondo, como si de una puesta teatral se tratara, o de una tertulia con amigos, mas en la intimidad no la encuentro siempre necesaria, en todo caso, me complace, solo eso.
Por momentos creo que hay un único personaje, que se transfigura, que muta, cambia de color como un camaleón, puede ser histriónico, tímido, cómico, seductor, complaciente. Y tantos etcétera.Conozco mucha gente así. 
Tengo la tentación de contar algo sobre alguien que conocí hace un tiempo, que percibió esto casi inmediatamente, pero no lo haré, porque estaría cayendo en mi propia trampa. Mejor hablo de mi, pero de mi realmente, que es una especie de deuda que tengo conmigo misma.
Antes de comenzar, me disculpo, estoy escribiendo esto con absoluto egoísmo. Mi persona, es en verdad mucho menos divertida que los personajes que genera. Sin llegar al aburrimiento, porque claro, la vida, no lo permite.


"Eran aproximadamente las 7.30 de la mañana, ya tenía todo listo, la casa en orden, la maleta, estaba vestida y perfumada para salir. Hacía años que no salía sola de vacaciones, y no me pesa, porque para mi, David, mi hijo, es mi adoración. Sin embargo, esta vez, moví todo para que él estuviera de vacaciones por su lado, y yo, por el mío. Guardo ciertas curiosas costumbres rusas, en especial, las que se refieren a pequeños rituales antes de los viajes. Una, muy especialmente, la cumplo a raja tabla: antes de salir, hay que sentarse sobre la maleta.
Me despedí de mi gato, apagué las luces, y salí. Era la mañana fresca, y como vivo a escasos diez minutos de la estación, fui andando. Sudé. Antes de entrar a la estación, busqué nerviosamente el pasaje y confirmé la hora, como si alguien lo hubiera sacado por mi. 
Sin problemas, abordé y me acomodé. Soy fotofóbica y las luces del vagón me molestaban. Eso, y que no había dormido la noche anterior. 
Me aíslo, puedo estar en un sitio lleno de gente y no oír absolutamente nada, así que abusé de esta extraña facultad. Fijé la mirada en un cartel que iba informándonos de la hora y la temperatura, y me abandoné a las sensaciones. 


El tren se puso en marcha, rumbo a Sevilla, como digo siempre, ciudad de mis amores. Es una de esas ciudades que uno va, y quiere regresar, y aunque pasen años desde que uno la visitó, no solamente no  la olvida, si no que la evoca. Ya había estado allí como refiero, hacía cuatro años, en circunstancias muy distintas y siempre me había apetecido volver, pero lo había evitado. Por qué,¿ por qué siempre evito las cosas que sé que me gustan?. Pues muy simple, con la comida, porque engorda, con  lo  excitante, porque crea adicción, con el hombre , porque enamora, y con la ciudad , porque me quiero ir a vivir a ella.
Supongo que se darán cuenta, lo diferente que es la realidad a la ficción, en mi caso, que es de lo que estamos hablando. No hay nada de aventurero en todo esto que narro, más bien, lo contrario. Claro, porque estoy hablando de mi, que vivo intentando buscar  lo monótono, y lo equilibrado. Para luego, luchar contra eso, y desmarcarme. 
Y volviendo, ahí estaba yo, sentada en el tren, que iba a una velocidad brutal y parecía no moverse, dándome cuenta, que por una vez, rompía con esa rutina de soldado que me autoimpongo. De pronto, me asaltó algo, que no se bien como definir, no fue una idea, una imagen sin forma, una pinchazo en la boca del estómago, como cuando tuve la úlcera, y me faltó el aire, comencé a asfixiarme, me maree, se me taparon los oídos, y cogí el movil y pedí auxilio, a mi manera. Escribí un sms general a cinco de mis amigos:"¿Qué coño voy a hacer  yo a Sevilla?" Las mujeres me respondieron inmediatamente con sendos:"Estas bien","necesitas ayuda", o "por cualquier cosa  aquí estoy". Me aliviaron. Los síntomas, pero no el mal. Ya me había boicoteado a mi misma con la duda. 


El viaje se me hizo corto, posiblemente porque tenía miedo a llegar, no sabía. Santa Justa. Me parecía haber estado ayer, pero me era ajena. Telefonee a mi amigo, que me estaba esperando allí, subí por la cinta, evitando que no me diera nuevamente  un vahído que me hiciera rodar junto con mis bártulos  y me devolviera otra vez al andén. Lo divisé y nos saludamos. Recobré la compostura. Me erguí y me reí, me pareció que estaba haciendo una travesura al ir allí,  y me sobrevino el recuerdo de la primera conversación con este amigo, que había sido por teléfono antes de conocernos personalmente en Madrid. Nos habíamos reído mucho, me había encantado su acento andaluz. 
Cuando estuvimos frente a frente, me abrazó. Nos abrazamos debería decir. Aquí, lo siento, pero debo volver a detenerme, porque llego a una de las cosas que más me perturban: el contacto físico. Me incomoda, si fuera por mi, me echaría para atrás, apartaría a la otra persona de un empujón. No siempre se corresponde  con lo que sienta o piense sobre ella, incluso, podría decir que es inversamente proporcional. 


Cuando escribo, de espaldas a la puerta, sentada en mi cocina, en la oscuridad, y David, tierno, con su manita infantil, roza mi espalda, o mi brazo, siento que me recorre un frío por la espina dorsal, me aterrorizo, y he llegado a gritar de espanto. Lo he asustado y he tenido que reflexionar. Con él he podido revertir la sensación, ahora cuando viene, y me acaricia, le cojo la mano y lo achucho a besos. Con algunas de mis amigas, también he podido. Con Lorena, por ejemplo, a quien quiero como si fuera mi hermana y que sabe abrazar tan bien, cuando me abraza, siento el abrazo real. Y luego, he rodeado con mis brazos  a Coro, que es un ser enternecedor.Y a algunas otras también, y es igualmente enriquecedor. Pero en general, cuando me abrazan, siento que me pongo rígida, y se me hace un vacío en el estómago como si hiciera horas que no ingiero alimentos. 


Y ahí estábamos, en Santa Justa, Sevilla, abrazándonos por un instante, y me invadió la melancolía.No me puse rígida esta vez, pero si noté el  vacío. Luego, en el camino hacia el taxi, me rozó la mejilla, con un gesto que me pareció de ternura  y  que le vi hacer luego con su hermana pequeña y  que lo confirmó, pero debo haberme puesto como una piedra, y no volvió a intentar tocarme en lo que sería mi estancia allí. 


A veces me avergüenza un poco, teniendo semejante sentido del humor y una desmedida afición por el doble sentido, ser tan inocente.Me siento ridícula. Cuando llegamos a su casa, me crucé con uno de sus amigos, que había pernoctado el día anterior a mi llegada, es flautista como yo, y me sentí en casa, aunque nunca antes yo  hubiera estado allí, y me relajé. Mi amigo, me mostró su piso, porque yo iba a quedarme allí sola, mientras él y el flautista se iban a un ensayo. Aquí viene lo que me avergüenza. Comencé a buscar camas con desesperación, y en toda la visita, solo había podido localizar una.Tuve que morderme la lengua para no preguntarle:¿y tu, dónde vas a dormir?Si, me mordí la lengua, literalmente, y me tranquilicé un poco cuando vi que me instalaba una mesa y ponía allí mi maleta. Se fueron. Me quedé sola, me relajé, miré los adornos curiosos que acompañaban a mi amigo en su soltería, me sentí identificada, aunque él es del tipo medieval, y yo soy  más esotérica. Imaginé qué haría allí, vi su estudio, con su piano, y el ordenador desde donde me escribía, llegué a la conclusión que debía de estar muy a gusto solo. 


Fue todo muy divertido, como él y como yo. Los personajes que tenemos, son así. Pero de alguna manera, el echo de dormir en su casa, hacía que yo no pudiera estar impostando el personaje todo el tiempo, así que fue errático mi comportamiento, desde el primer día, y cuando por la noche vi, que  él iba a dormir en el sofá, y que  no tenía nada que temer, me sentí tan bien de estar allí, que si me hubieran dicho que  me tenía que quedar una semana más, me hubiera encantado  la idea.


Me fue  presentando a alguna de sus amistades, a su familia, sus colegas, y una parte de la bella  Sevilla, y la verdad, me sentí feliz. No quiero entretenerlos demasiado, pero creo que cada una de las personas que fui conociendo tienen interés para mi. Seguro que podría escribir cosas sobre ellos, incluso, sin haberlos conocido en absoluto, no se, encuentro en la gente del sur, personalidades muy diversas y marcadas, como los acentos. La personalidad que más me impactó, fue la de la hermana pequeña de mi amigo, una chica muy joven, que está embarazada, es muy desenvuelta y  alegre. Un personaje shakespiriano. Si, eso es, parece robada de "Sueños de una noche de Verano". 


Estaba tan a gusto, y tranquila, porque además, sabía que David ya estaba en Rusia sano y salvo, y había podido hablar con él, y oírle su vocecilla grave diciéndome que estaba divirtiéndose con sus primos, y también había logrado hacer contacto  con Elena que había visitado a mi gato,  que me olvidé que iba a tener que regresar a Madrid el sábado.


Muy bien, ahora, se preguntarán si mi amigo, que dormía en el sofá, que me paseaba por Sevilla, que esperaba a que me levantara por la mañana y por la tarde de la siesta, compartiendo todo su habitat con una  desconocida, no estaría deseando que me fuera. Pues no lo se. No tengo ni idea, no me lo pregunté. 


Solo dormí, y creo que fue el jueves, aunque no puedo asegurarlo, que por la tarde, en la siesta, me desperté con la sensación que algo me había acariciado, y se había metido  un cúmulo de calor por mi espalda.Lamento no poder ser más precisa, pero es que fue algo así, brumoso e incorpóreo. 


Cuando tenía alrededor de trece años, estaba con mi madre en la cola del supermercado, y recuerdo que me dijo:- SONRÍE. Me produjo mucha  angustia, porque me lo dijo de mala manera y en verdad, no me es posible  cuando la luz me ciega, y si es de tubo, mucho peor.Soy fotofóbica, ya lo dije. Me siento morir, y me quedo quietecita, como un reptil. Cuando salimos,  indignada, le pregunté, que por qué tenía que sonreír, dijo algo que fue lo más estúpido que le oí decir a mi madre en toda mi vida: "pues mira, había dos chicos, que te estaban mirando, y uno le decía al otro: si, es preciosa, pero tiene una cara de culo que pasma." Pude reconstruir la escena casi inmediatamente luego de la explicación, recuerdo a los que me estaban mirando, aunque yo no podía oírlos, porque entre otras cosas, me importaba un reverendo bledo sobre lo que podrían haber estado hablando. Hacía mucho que no recordaba esto, he tenido muchos problemas gracias a ese "Sonríe", más que problemas, dolor. No culpo a mi madre, ni a los dos hombres, ni  a mi, por no sonreír, pero aun hoy, me ocasiona problemas. Porque sonrío en momentos en los que debería sacar las uñas, y saco las uñas cuando debería sonreír. 


La última noche,  el día de Venus, el viernes, luego de haber compartido con mi amigo, desayunos, comidas, cenas, copas y Les luthiers por ordenador, risas, confesiones, y algún que otro silencio, le sonreí. Y lo hice realmente, y lo miré, porque hasta ese entonces, creo que ni lo había mirado. Y se que me besó. No es tan fácil revertir años de indefección afectiva y supongo que por eso, el sábado por la mañana, que era cuando yo partía, me retrotraje a mi situación anterior, aferrándome a la  coraza. Más allá de la ficción, puedo sonreír y abrazar a mi hijo de manera sentida. Más allá de la ficción, vuelvo a Sevilla en agosto, para abrazar a ese hombre, exactamente como lo siento.




"Hay veces en que las sensaciones, a demás de buscar y proyectar, hay que sentirlas."

2 comentarios:

  1. Curioso personaje éste, Milady. Seguiré con curiosidad el relato. Estoy ya deseando saber cómo le irá en esa ciudad tan embriagadora, aunque se me antoja que de maravilla.
    Condió.

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  2. Así es, Sir. Es de esperar que si, que le irá de maravilla...
    Condió.

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