6 de mayo de 2011

Verano







Ayer por la mañana cuando entré al edificio, me apiadé de mi buzón que estaba a punto de explotar, busqué la pequeña llave que casi no existe, y cometí el sacrilegio que cometo una vez cada tantísimo tiempo. Una avalancha impúdica de folletos de comida rápida y dientes fotografiados de manera promiscua me escupieron la cara, putee por mi  sino de mujer con carencias afectivas que abre a todos los que tocan el timbre diciendo que son el cartero y solo traen publicidad. Cuando pude hacer una selección, me quedé solamente con una decena de sobres todos abollados que colmaban mis manos  adiestrados para tocar pasajes de velocidad y nada más. Me senté en las escaleras, las facturas también las echo al cubo  en general, no sirven para nada, solo joden, las que sirven son las de intimidación de pago, la segunda o la tercera, y esas, me llegan en mano, para qué voy a acumular  papel tan mal escrito. 
 Pensé que subiría solamente con alguna  postal de algún sitio exótico que siempre me envía no se bien quién y que tienen un gran valor sentimental para mi. Por esto las guardo en algún lugar de mi armario para encontrarlas el día que me tenga que mudar y poder derramar alguna lágrima y darme cuenta de la persona sensible que soy.  Esta vez no pudo ser, la postal la tendría que esperar unos meses más, y al final del segundo montón, encontré una carta con un sello de París. Me quedé fantaseando unos instantes sobre qué vendría dentro, lo primero que se me ocurrió fue que me habría ganado el primer premio en algún sorteo en el que no recordaba  haber participado, seguramente auspiciado por La Maison Stork, por ejemplo,  y que me había ganado un bebé o alguna cosa similar e igualmente engorrosa. La segunda posibilidad  era que me habían confundido con otra persona o que la dirección estaba equivocada, por último y la menos factible que era una de tus cartas. Miré el destinatario, y si, era para mi, di vuelta al sobre y miré el remitente, y si, eras tu. Me alegré, porque no hay nada que me joda más que  que me confundan con alguien que no soy y que da igual que no sea. 


"Querida Violeta, 
                            París siempre será París, y Madrid es una ciudad horrible pero allí estás tu. 
                                                                              Siempre tuyo. Marcus."


Me sonreí, mientras pensaba, que hijo de puta.


Ya en mi salón que parecía viciado de tantos recuerdos encontrados, y tu imagen apacible y rubia y depresiva, en un acto de arrojo decidí hacer la consabida llamada a París que te hago cada año más o menos para estas fechas. No respondiste y me sentí aliviada porque se muy bien que ya no eres quien eras. Cuántos años tienes ahora? Creo que tienes  cuarenta y seis, si, porque cuando nos conocimos tenías cuarenta y uno y estabas buenísmo, y eras un recalcitrante paternalista que me causaba mucha gracia.


Es curioso como suceden las cosas.  Como cambian las cosas, como los sentimientos se transfiguran, se camuflan, se confunden y nos hunden la vida.


Me encantaba tocarte las narices. Por ese lado de  burgués puritano que tenías...Todavía me río cuando me recuerdo tu sermón aquella mañana que bajaste a la cocina, parecías habértelo aprendido  de memoria, sin tener en cuenta que yo te iba a responder en algún momento. Deberías haberle puesto  tema: "El Pudor cuarentón". Era una interesante exposición sobre la existencia de la ropa  que había sido creada para que yo me la pusiera al menos  cuando tu estabas en casa.  Me divertía más que lo que decías, la manera en frañol y que te acalorabas con la camisa abotonada hasta el  último botón con 40 grados de calor. Y que te quedabas esperando que yo te respondiera algo a tu brillante disertación al final, rojo de furia, mientras me estorbabas en mis actividades culinarias. Como no parecías darte cuenta de la ridiculez de la situación y de ti mismo, sentí un poco de pena, te pregunté si era necesario que te respondiera inmediatamente o podía tomarme un tiempo para reflexionar sobre lo que me planteabas. Me equivoqué al suponer que te parecería civilizado de mi parte, porque te enfadaste más, y dando un bufido, te fuiste dando un portazo, que quedó completamente desautorizado cuando regresaste en un minuto y tuviste que tocar la puerta suavemente y  decir: "pegdón, me he olvidado mi Routard sur la mesa del salón."  
Cómo me reí de ti, y me interpuse entre tu y la puerta, y a modo de respuesta te reté con un: "yo me vestiré si tu te quitas todo lo que llevas puesto de más..."y luego te besé. 


Sí que fue divertida nuestra historia, pese a todo.  Sí que había amor, aunque tus discursos morales me parecieran absurdos, antes y después de aquel suceso. 


Me sigues pareciendo igual de patético, ridículo y afectado,  sin embargo, en junio, cada año,  me gusta que estés aquí, aunque hables fatal y luego te vayas pensando que no volverás jamás y termines enviándome una carta con tres palabras y  con sello de París. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario