20 de octubre de 2011

Realidades

La veía desde el otro extremo, estaba sentada en el sofá,  no se muy bien qué hacía, quizás estaba escribiendo algo. Esta vez, me prometí a mi misma  no leer lo que había escrito. Siempre me pareció horrorosa la piedad, pero la sentí. Me pareció incluso injusto, que una vez más le sucediera lo mismo. Siempre he sido bastante impía con las ilusiones rotas. Sin embargo, esta vez, sentí un nudo en la garganta. Dudé por un momento qué sería mejor, si permanecer en la penumbra o acercarme para que me viera, y no me llegué a aclarar. Por eso,  me apoyé y comprimí a la pared como si yo misma, fuera el deseo inconsciente del que quiere no existir. En el fondo, ella debe sentirse igual, me pareció, pero tampoco supe exactamente si esto era cierto. 
A contraluz, vi que le resbalaba una lágrima por la mejilla. Me acerqué finalmente, dispuesta a abordarla con uno de mis exabruptos, para desviar su atención. Pero mientras me dirigía hacia ella, volviéndose hacia mi, con su mirada penetrante, deteniéndome, balbuceó:  no existe salida. 

"La realidad me tiene maniatada, me asfixia, y me aplasta. Intento ponerme de pie, una y otra vez, y al recobrar fuerzas, desde el lado opuesto hacia donde miro, que suele ser hacia delante, dispuesta a reanudar el camino, me ataca nuevamente, ya con una gran bolsa de un peso increíble e insoportable, o simplemente me incrusta algún elemento cortante, para que me vuelva a quedar atrapada, o me pueda seguir desangrando poco a poco."


Tiene razón, pensé,  intenté que se me ocurriera alguna estrategia para distraerla, para arrastrarla aunque no más fuera unos instantes hacia la luz que aún nos bañaba, desde la ventana del salón.Cero. 

De noche, me llegaron desde la calle unos sonidos tenues, que podían confundirse fácilmente fundiéndose con la bruma. Las brumas que antes habían sido luz. Me deslicé tras las cortinas, e intenté divisar algo, pero tuve que esperar que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Solo veía borroso a un hombre pequeño, que vestido con una especie de  túnica negra, tocaba un instrumento del cual  desconozco el nombre. Colándose entre las cortinas, la vi mirar hacia abajo, ya completamente repuesta de lo de la tarde. Sentí curiosidad. Juntando valor pregunté:
-¿Quién es? 

Me miró divertida y mientras se masticaba un bocado de  pan respondió:

-No tengo ni la menor idea...

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